Con Francisco Brinesen Atenas

El 20 de mayo se cumplieron dos años del fallecimiento del poeta valenciano. Premio Cervantes 2020, era un hombre auténtico y sencillo con una obra literaria tan amable, cordial y entrañable como él.

Con Francisco Brinesen Atenas

Con Francisco Brinesen Atenas / Stella Voutsa

Stella Voutsa

Conocí a Francisco Brines (Oliva 1942-Gandia, 2021) por primera vez en abril de 2007 en Atenas, cuando vino a mi país, Grecia, junto con Luis García Jambrina (profesor de la Universidad de Salamanca y tutor de mi tesis doctoral, escritor y crítico literario) a dar una charla en el Instituto Cervantes sobre su poesía. Me acuerdo -tanto yo como Jambrina- de su inagotable vitalidad: con qué entusiasmo y energía subía las cuestas de la Acrópolis para ver los monumentos (el Partenón, el Erecteón, el teatro de Dioniso, el templo de Atenea Niké, el Museo de la Acrópolis), literalmente como un chaval, sin cansarse ni un momento, preguntando sobre la historia de todo, toda piedra, todo mármol que veía allí.

En mi memoria está también grabado con mucha claridad su deslumbramiento delante del templo de Poseidón en el cabo Sounio, a 70 kilómetros de Atenas, donde el paisaje de Ática hace un maridaje espléndido con la historia y la mitología del lugar: tanto don Paco como Luis quedaron maravillados viendo los mármoles del templo antiguo resplandecer, brillar bajo el sol mediterráneo (como dice el poeta Yorgos Seferis) y viendo los barcos atravesar el mar Egeo. Efectivamente, este es el cabo Sounion, naturaleza, paisaje e historia en total armonía.

Historia viva

Recuerdo a Brines como una persona sencilla y auténtica. Aquellos días en Atenas, Jambrina y yo empezamos tratándole con distancia y respeto; Luis lo llamaba «don Paco» y yo «señor Brines» hasta que él nos dijo: «Llamadme Paco, mi nombre es Paco». También recuerdo cómo me sorprendió la naturalidad con la que don Francisco hablaba o mencionaba en su conversación a poetas que habían sido figuras relevantes de las letras hispanas y que yo había estudiado en Filología Hispánica: se acordaba, por ejemplo, de encuentros suyos personales con José Ángel Valente y con otros poetas de la generación de los años 50 o decía, por ejemplo, a Jambrina: «Ah, Luis, tengo que llamar a Vicente» (y ese era el poeta Vicente Gallego) o a Carlos (ese era Carlos Marzal), etcétera. Aquello parecía… ¡la historia de la literatura española viva!

También se fijó en mi memoria su amor por su tierra natal, Oliva. Mencionaba con frecuencia su tierra y la casa que tenía allí. Se notaba que estaba muy ligado a ella y que aquel lugar le daba paz y ánimo.

Con Brines y Jambrina visitamos también el Museo de Acrópolis y el Museo Arqueológico de Atenas. Ambos quedaron impresionados delante de las Cariátides, las antiguas ánforas, los kouros y las kores, la estatua de bronce de Poseidón (o Zeus) y tantos otros exponentes maravillosos de los museos del centro de Atenas. También paseamos por el pintoresco barrio de Plaka y Monastiraki (donde se situaba su hotel), justo debajo de la Acrópolis, allí donde otro poeta español, Jaime Gil de Biedma, se había inspirado el precioso poema La calle Pandrossou. De verdad, aquel día por el centro histórico de Atenas y por los sitios de interés arqueológico con Brines y Jambrina fue una jornada muy fructífera e interesante.

Finalmente, me acuerdo de que le dije a Brines en aquella charla que dio en el Instituto Cervantes de Atenas que me intrigaba saber qué había sido para él y para su poesía mi país, ya que su obra está llena de referencias a Grecia. Don Paco había contestado brevemente que Grecia había sido para él una experiencia inolvidable.

Este era Brines: amable, cordial, infinitamente entrañable. Y tuve la oportunidad de comprobar esa calidad humana suya también la segunda vez que lo encontré, esta vez en la ciudad de mis años estudiantiles, mi querida Salamanca, un año después, en 2008, cuando hice una presentación de su poesía en un evento dedicado a él en la Universidad de Salamanca.

Hablando de su poesía, es igual de valiosa y entrañable, como él. Una poesía que ha podido a lo largo de los años conectar con el público e inspirar a las nuevas generaciones de poetas, combinando contenido humano y gran elaboración artística. Para resumir los rasgos de su poesía recurriré a las afirmaciones de Jambrina. En su Antología poética de los años 50 en Austral, Jambrina señala con acierto: «En líneas generales, se trata de una poesía de preocupaciones metafísicas y tono meditativo y elegíaco, con el tiempo, el amor y la muerte como destacados ejes temáticos». Para la poesía de Brines, vida y literatura van cogidas de la mano en una relación dialéctica. El propio poeta declaraba: «Me importa la poesía en cuanto que me importa la vida».

Para Brines, la experiencia personal es indiscutiblemente el germen del poema. Sin embargo, tal experiencia vital no está contada nunca desde su inmediatez. «En lo que a mí se refiere -confiesa- los aspectos felices de la vida no son cantados nunca, o apenas, desde su inmediato goce; así como los momentos exultantes del amor, o la participación de la alegría, son acontecimientos prestigiosos que, en mi poesía, solo aparecen desde su pérdida». Estas palabras de Brines están en consonancia con las consideraciones de otro poeta mediterráneo, del griego Constantinos Cavafis. Dice, pues, el poeta alejandrino: «Los acontecimientos vivos no me inspiran inmediatamente. Es preciso primero que pase el tiempo. Después los evoco y me inspiro».

Promesa cumplida

Concluyendo, quería apuntar algo más: el día en que habló Brines en el Instituto Cervantes de Atenas, le comenté después de su charla que me quedé con ganas de que nos leyera él mismo algunos de sus poemas. Sobre todo quería escuchar de su voz Los veranos, uno de mis poemas favoritos de la antología de Jambrina. Brines me contestó que este poema era uno de sus favoritos también y que la próxima vez lo iba a leer. Y efectivamente, nos lo leyó en voz alta en la Universidad de Salamanca el año siguiente.

La noticia de su muerte hace dos años, el 20 de mayo de 2021, me llenó de muchísima tristeza. Espero que don Francisco descanse en paz y que contemple los espléndidos veranos mediterráneos de su país y del mío desde el cielo ya. Y como se dice en mi tierra, le deseo al inolvidable don Paco «¡buen Paraíso!» y le aseguro que quedará en nuestra mente y en nuestros corazones «athánatos!» (¡inmortal!).

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