Ojo con los pobres diablos

Después de la primera entrega del año pasado, ‘Antracita’ llega esta magnífica One Big Union, para seguir la racha de esa literatura grande que es la de Valerio Evangelisti. El escritor italiano también provoca un «gozo estratosférico» con esta obra sobre el surgimiento de los sindicatos obreros

One big union

One big union

Alfons Cervera

Alfons Cervera

… ninguno de nosotros puede pretender encarnar la inocencia absoluta.

Albert Camus

Supe de Valerio Evangelisti justo ahora hace un año. Y flipé. Era Antracita una novela del Oeste, como aquellas que en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo me enseñaron que leer era una buena manera de andar por el mundo. El mundo, entonces, era un desastre. Bueno, ahora no es que la cosa sea para echar cohetes, pero en aquellos años era lo peor de lo peor, aunque las derechas digan que el franquismo era como el paraíso terrenal antes de que el jefe de la banda decidiera convertir a la mujer en la mala de la película. Más o menos lo mismo que ahora dicen esas derechas. Hay cosas que no cambian y al despertar, como decía Monterroso, las pesadillas no se han movido de nuestros sueños. En fin, que descubrí a Valerio Evangelisti con una novela como las de Silver Kane, George H. White y Keith Luger y me declaré fan no diré que tanto como de los Beatles y Rubber Soul pero casi. Ahora regresa el escritor italiano con otra obra lo mismo de importante: One Big Union. Un gran sindicato. Y ya lo adelanto aquí: rendido a sus páginas, sin restricciones de ninguna clase. La rabia que da cuando lees en la solapa que Evangelisti murió en 2022, a los setenta años. Militante de izquierdas, cultivó diversos géneros literarios y qué bien que Hoja de Lata esté recuperando lo que escribió y anuncie para el próximo año la novela que completará una trilogía con las dos reseñadas anteriormente: Todo han de ser. Un gozo estratosférico.

Esta vez no va de historias del Oeste. Pero se parecen bastante. La historia se inicia ahora donde se quedó la que se cuenta en Antracita: el surgimiento a finales del siglo XIX y comienzos del XX de los grandes sindicatos obreros, de las fábricas y sus medios de persuasión para acabar con los frecuentes movimientos huelguísticos, del nacimiento de las agencias de investigación que tuvieron su máximo exponente en la Pinkerton de mediado el XIX y la Burns, fundada en los primeros años del XX y que daría lugar al cabo de los años a la creación del FBI. Lo primero que pensé fue en Cosecha roja, de Dashiell Hammett. Matones rompehuelgas. Violencia, asesinatos a mansalva, complicidad entre el poder político, las grandes empresas y las fuerzas policiales. Desde Irlanda llega a EEUU Robert Coates. Un muerto de hambre. Busca trabajo y lo encuentra en la Agencia Burns. El pobre diablo que se infiltrará en los movimientos obreros para chivatear sus acciones. Esos tipos siempre me resultaron literariamente -y más aún en la realidad- difíciles de encajar. Es cierto eso de que no existe la inocencia absoluta. Y que sobre la banalidad del Mal ya escribió, mucho y bien, Hannah Arendt. Pero ojo con «enamorarnos» de esa ambigüedad y vayamos a parar a la tan extendida, y bien recibida en muchos ambientes, equidistancia. Ya sé que en la jungla de iniquidades son, esos individuos, el último eslabón. Bien que se explica cuando el gran jefe Burns le da una lección magistral al primerizo Coates de cómo están las cosas cuando se trata de neutralizar violentamente los arrebatos obreros en las calles: «Lee los periódicos de la mañana y de los días siguientes… Primero intervenimos nosotros, después la prensa, luego los políticos y los tribunales y finalmente intervendrá el ejército. Todos juntos formamos la fuerza que rige este país. ¿Lo sabías?» Y lo que le contesta un acogotado Coates: «No». Un detalle, aunque sea en forma de pregunta retórica: buena parte de esa nómina de intervinientes ¿no les suena a ustedes, como si fuera de ahora mismo, cuando hablamos de quiénes rigen los destinos de un país en estas democracias «avanzadas» que «disfrutamos» con una más que normalizada familiaridad?

Pero no serán sólo las trifulcas callejeras, los crímenes, las traiciones y renuncias a las condiciones de clase para ascender en la escala de un poder y una sociedad cada vez más corruptos. Si hay algo en que Evangelisti se supera en cada historia es en los personajes, en ese dibujo profundo de lo que son y de por qué hacen lo que hacen, en ese temblor que provoca el amor en medio de la fuerza bruta que habita en las casas y hasta conforma estatus familiares rigurosamente conmovedores, y también en cómo ese estatus prevalecerá incluso en los momentos más crudos de esas relaciones. Me quedo, sin desvelar nada de la historia, con esa Rosy O’Donnell, el gran amor de Bob Coates, siempre lejano hasta lo imposible, como esos amores trágicos que han marcado grandes relatos literarios. Las canciones revolucionarias de Joe Hill en las asambleas obreras. Los cameos en plan cinematográfico de Jack London, John Reed y Dashiell Hammett, la seguridad de que en esta novela fascinante no hay nada que sobre o echemos en falta. Absolutamente nada.

Después de la primera entrega del año pasado, llega esta magnífica One Big Union. Y sigue la racha de esa literatura grande que es la de Valerio Evangelisti. Una novela en que aquel inmenso Pantera, que mataba más y con más frialdad que los pistoleros de Marcial Lafuente Estefanía, es sustituido por un Robert Coates que nunca abandona el papel que el destino ha reservado a lo que fueron su vida y su conciencia: «Detective o no, seguía siendo simple y llanamente un peón. Es decir, nada». Lo mismo, palmo arriba o abajo, que Alberto Prunetti escribía sobre Pantera en el prólogo a Antracita: «… ese personaje, como tantos otros héroes feos, sucios y malos de Evangelisti, camina con la historia bajo los pies. Y dentro de estas páginas tú también lo harás con él». Así es. Y así será, con toda seguridad, ese andar próximo con las historias de un escritor que nunca nos deja con el ánimo tranquilo. Como ha de ser -ni más ni menos- la literatura que no sea una estafa. Pues eso.

Suscríbete para seguir leyendo