Alzira pierde la mitad de hornos en un goteo constante de cierres

La clausura de panaderías ha sido progresiva durante las últimas décadas, el alza de precios provoca que cada vez más negocios se planteen su viabilidad y no existe relevo generacional

Uno de los hornos alzireños que recientemente ha bajado la persiana.

Uno de los hornos alzireños que recientemente ha bajado la persiana. / Rubén Sebastián

Rubén Sebastián

Rubén Sebastián

La imagen, por triste que sea, no sorprende. Una panadería más cerrada por jubilación. Dos en un plazo relativamente corto: Delicatessen y Albado, ambas ubicadas en una zona céntrica de Alzira. La capital de la Ribera Alta ha perdido la mitad de sus hornos en los últimos treinta años. El cambio de modelo social en este periodo es innegable y tiene terribles consecuencias en oficios tradicionales que, a día de hoy, parecen tener fecha de caducidad. A ello ahora se añade ahora una crisis inflacionista que agrava su ya de por sí frágil situación. 

«El panorama está realmente complicado», reconoce Rafa Gadea, presidente del Gremi de Forners de Alzira. El panadero no es ajeno a lo que sucede en el mundo y sufre las consecuencias de una tendencia alcista de los precios que, pese a que por momentos parece que haya alcanzado su final, no devuelve la situación a su punto de origen. «Cada profesional trabaja con un sistema diferente, pero ya sea por la electricidad o el combustibles, fácilmente ahora estamos pagando el doble que hace un año», expone Gadea, quien destaca el doble sacrificio que realiza el sector: «Nosotros somos tanto productores como comerciantes, lo que implica un mayor esfuerzo. Somos negocios muy pequeños que difícilmente pueden sobrevivir en un escenario como este porque llega un punto en el que no sale rentable ni personal ni económicamente». 

«Tanto sacrificio no compensa»

Los panaderos viven un escenario que bien recuerda al de los agricultores. «Somos un oficio que debería tener futuro, porque pan se va a comer siempre, pero el sector está muy mal», asegura Gadea, que recuerda como entre la década de los ochenta y los noventa Alzira tenía alrededor de cincuenta hornos. «Ahora quedarán unos veinte», añade. Dos decenas de negocios para servir a una población de más de 40.000 habitantes parecería una buenísima proporción, pero lo cierto es que el número de clientes difícilmente puede establecerse en base a esa relación matemática. 

La realidad es más bien otra. El futuro es de un color gris bastante oscuro. «Es normal que cuando uno se jubile no haya nadie que garantice la continuidad, tanto sacrificio no compensa. Estamos en un punto en el que debemos pararnos y plantear como será esto a medio plazo. Yo hay días en los que pienso qué quiero ser de mayor», bromea con cierto resquemor el hornero alzireño. 

Aunque Gadea reconoce que hay algunos modelos que, en estos momentos, gozan de cierto éxito en grandes ciudades, descarta que puedan replicarse a escala local: «Vemos que se hacen cosas interesantes, por ejemplo con productos más modernos con masa madre, que tienen su público. Pero son muy caros y el panadero tradicional y artesano no suele trabajarlos porque no les sale rentables». El aspecto más positivo que destaca Gadea de la época reciente es la campaña de promoción que el ayuntamiento ha realizado de la «reganyà», que ha servido para relanzar el dulce típico local.

Por último, Gadea considera que sin una reflexión colectiva, el oficio de panadero podría tener los días contados: «Nos hemos dejado llevar como sociedad, ni siquiera ha sido algo que hayamos hecho de forma premeditada. Tenemos poco tiempo después del trabajo y uno, a veces por dinero a veces por comodidad, no piensa en ir a la carnicería a comprar carne o a la panadería a por pan, va a un único establecimiento a por todo lo que necesita. Si no hacemos una reflexión conjunta, no sé yo si en un futuro no muy lejanos quedará algún horno abierto en Alzira. Espero que siempre quede alguno, pero serán más bien pocos, seguro», concluye.

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