Carcaixent impulsa una marca propia para sus cítricos: «Bressol de la taronja»

El sector agrícola y el ayuntamiento se unen para reclamar una denominación de origen que dé valor a la calidad de su fruta

La ciudad se reivindica como cuna del cultivo

También aspiran a protegerse como Importante Patrimonio Agrícola Mundial

Escenificación de las labores citrícolas durante la Feria Modernista

Escenificación de las labores citrícolas durante la Feria Modernista / Vicent M. Pastor

C. G.

El sector citrícola de Carcaixent se ha puesto de acuerdo para reclamar una marca de calidad que prestigie su producción de naranja. El objetivo es crear una denominación de origen que realce el prestigio de sus agrios y que reconozca a la ciudad como origen de la comercialización de esa fruta. Todas las organizaciones agrarias apoyan firmemente esa iniciativa, que también ha conseguido la unidad política de un ayuntamiento que se ha demostrado hasta ahora incapaz de conformar un equipo de gobierno estable. La corporación municipal aprobó anoche por unanimidad explorar esa vía para ayudar a los agricultores a salir del profundo bache en el que ahora se encuentran.

Una ciudad rodeada de naranjos

Una ciudad rodeada de naranjos / Levante-EMV

El nombre escogido para la marca de calidad es «Carcaixent, Bressol de la Taronja». La ciudad se reivindica como origen del cultivo. El naranjo era una planta ornamental que procedía de Oriente. Los árabes la introdujeron en la península por la extraordinaria experiencia sensorial que generaba tanto la flor de azahar como la propia fruta. Pero no fue hasta finales del siglo XVIII cuando pasó de los jardines a los campos agrícolas. Su impulsor fue el párroco Vicente Monzó Vidal. A él se debe la concepción de la citricultura como negocio. En 1781 plantó naranjos en los terrenos que su familia tenía en la Bassa del Rei de Carcaixent con fines comerciales y marcó el camino que otros muchos, imitándole, recorrieron después. 

La naranja tardó un siglo en extenderse, primero entre amplias zonas rurales de Alzira y Carcaixent, que entonces estaban dominadas por la morera, y de ahí saltó a Burriana, donde ya habían llegado ecos de las bondades del cultivo y de su rentabilidad. La visión emprendora de aquel sacerdote fue el germen que empujó la prosperidad que, siglo y medio después, convirtió la comarca de la Ribera en un vergel repleto de oportunidades económicas.

En cambio, el panorama es hoy mucho más pesimista. La agricultura valenciana es ahora incapaz de competir con los países que cultivan naranjas a mucho menor coste. El minufundio, antes hegemónico, resulta impracticable y los sistemas de producción siguen sin modernizarse. «El sector está deprimido, cada vez más envejecido, empobrecido y sin perspectiva de relevo generacional, lo que se traduce en cada vez más abandono de tierras, poca inversión en la mejora de las infraestructuras y construcciones y poca perspectiva de futuro», admiten los máximos representantes agrícolas de Carcaixent.

Buscar otras salidas

Ahora, frente a esa indefensión, se muestran decididos a dar un firme paso al frente. «Pensamos que además de quejarnos, es hora de tomar medidas para salir de esta crisis o al menos intentarlo», defienden. Y para ellos la mejor manera de afrontar el futuro es diferenciarse: «Resaltar aquello que nos hace únicos, nuestra historia y nuestro patrimonio». 

Los sindicatos agrarios, la cooperativa, las comunidades de riego y los comercios están decididos a exprimir todo el jugo a la calidad de su fruta. «Producimos de manera artesanal, con conocimientos ancestrales y mantenemos un patrimonio único en todo el mundo. Todo eso se tiene que poner en valor. Pensamos que la marca de calidad es la mejor manera de hacerlo», argumentan. 

«La citricultura es mucho más que una actividad económica, es un paisaje único y una cultura centenaria»

Otra de las ideas que barajan es lograr un reconocimiento internacional para el patrimonio y el paisaje citrícola local. Aspiran a que se declare Sistema Importante de Patrimonio Agrícola Mundial. «La citricultura en Carcaixent es mucho más que una actividad económica, es un paisaje único, una arquitectura singular, una cultura centenaria arraigada en nuestra forma de ser, una economía circular que nos ha salvado de muchas crisis económicas y que puede salvarnos de otras más».