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Por fin llega la concordia

J. Monrabal

J. Monrabal

Opinión | J. Monrabal

Para derogar la Ley de Memoria Histórica el PP y Vox disponen de un argumentario idéntico, que hace de la palabra «concordia» su marca de agua. Las derechas patrióticas están por la concordia, luego la LMH sería una ley de discordia o, como suelen repetir, guerracivilista, sectaria, más beligerante que sedante en términos de «reconciliación», que es otro término habitual, en este asunto, del glosario de las derechas. El PP y Vox están, pues, por la reconciliación y la concordia, y para demostrarlo, anteayer, en la Diputación, un representante de Vox que atiende al nombre de Sergio Pastor, llamaba al PSOE «partido criminal» y le acusaba de «perseguir monjas». Después de que los socialistas protestasen por las palabras de Pastor, exigiéndole que las retirase, el representante de Vox decidió hacerlo, no sin antes dejar claro que actuaba así «por concordia».

Parece que las redundantes derechas hispánicas han descubierto un nuevo estilo parlamentario, el de las declaraciones de quita y pon, como la ropa interior, que pueden ser una cosa y la contraria y en el que coexisten sin problemas el ruido y la furia con la posterior retractación de lo dicho, siempre en aras de la concordia.

Ese stil nuovo un tanto esquizoide fue puesto en marcha por Isabel Díaz Ayuso en la investidura de Pedro Sánchez, al que llamó «hijo de puta» antes de afirmar que lo que había dicho era «me gusta la fruta», lo cual era una manera de desdecirse, quizás estúpida, además de mendaz, pero consumada al amparo de la auténtica concordia, ante la cual no hay doblez que no se tolere ni mentira que no se dispense. A lo mejor acaban levantándole a Ayuso una estatua en Madrid, esa Comunidad tan moderna, como emblema no solo de la libertad sino de la concordia, nobles anhelos políticos en los que descuella sin disputa la presidenta madrileña, cuyo humanitarismo es conocido, y cuya gestión de las residencias de ancianos madrileñas en plena pandemia le habría granjeado ya el Premio Nobel de la Paz en otro país menos cainita.

No más congruente se mostró en el mismo proceso de investidura Alberto Núñez Feijóo quien, tras calificarlo de «fraude», acabó admitiendo a regañadientes la legitimidad del gobierno, sin duda también en aras de la concordia, que es la preocupación central de las serenas derechas hispánicas cuando no se manifiestan masivamente en las calles contra el gobierno o animan a las masas a asediar sedes de partidos políticos. Cierto es que Abascal no se ha retractado de sus deseos, también expresados en la investidura de Sánchez, de meter en la cárcel al presidente del gobierno, pero no es descartable que, siendo igualmente partidario de la concordia, no haya pensado en llevarle bocadillos o tartas a prisión, o en concederle media hora de paseos diarios por el patio, para que se ventile.

Por desgracia, esa avanzada idea de fraternidad no siempre se entiende fuera de nuestras fronteras (sobre todo en las democracias de las líneas rojas, en las que la derecha no pacta con la ultraderecha, líneas rojas que también se mantienen aquí al lado, en Portugal) y por eso los relatores de la ONU alucinaron cuando a la ley de Memoria Histórica de Zapatero, el gobierno de Mariano Rajoy propuso como alternativa otra ley de «reconciliación» nacional, o sea de concordia, como la perpetrada ahora, campo de pruebas de un proyecto de unidad de destino en lo universal de más largo alcance. Después de todo, cuando el péndulo de la historia está de vuelta en medio mundo, ¿a quién le importa en la derecha española lo que puedan decir la ONU, los países de las líneas rojas o el sursuncorda sobre la memoria, la justicia o la verdad pudiendo prestar oído a lo que dice Vox, con el que la derecha comparte el mismo origen y el mismo régimen a base de fruta?

Ahora que la derechita cobarde se ha puesto el traje de sastrecillo valiente, vuelve a reír la primavera y, prietas las filas, desfila junto a Vox firme el ademán, solo es cuestión de tiempo que vuelvan las banderas victoriosas al paso alegre de la paz. En fin, de la concordia.