Suicidio infantil en el asilo municipal

Un niño se suicida en su celda: de la misma rápida manera que surgió el interés y las dudas razonables, llegó el olvido, tal vez la muerte de un niño no merecía más investigación pese a las sospechas de que no fue él quien se quitó la vida

Suicidio infantil en el asilo municipal

Suicidio infantil en el asilo municipal

Paco Gascó - Pilar Martínez

Antes de entrar en el tema, quiero que me permitan decirles que, sin lugar a dudas, este artículo es el que más me ha costado escribir en estos siete años de colaboración con Levante-EMV, no por el tema que tratamos si no por todos los cambios habidos en Verum Valentia. En primer lugar, es el primero que escribo sin mi socia, sin mi alter ego, sin mi querida amiga Pilar. En segundo lugar, me ha costado mucho retomar mi vida en general y en particular, todo lo que rodeaba a Verum Valentia; han sido doce años de trabajo, de investigaciones, de viajes siempre juntos y de repente, ella ya no está. En estos tres meses de despedida, hemos hablado de todo y por supuesto, lo hicimos de Verum Valentia, ella quería que yo continuara con el proyecto y no voy a defraudarla. Así que haciendo de tripas corazón y con una emoción imposible de controlar, os lo garantizo, he tomado la decisión de continuar. Este artículo estaba en plena investigación y va a servir como homenaje a Pilar Martínez, la mujer de la sonrisa eterna, una mujer increíble. No se trata de una despedida, es un punto y seguido porque ella siempre estará conmigo.

Suicidio infantil en el asilo municipal

Suicidio infantil en el asilo municipal

Todos los periódicos de la mañana del 4 de marzo de 1919 contenían unas pequeñas líneas dando la noticia del suicidio de un niño, Ángel Calatayud Selva, de 13 años, en el Asilo Municipal. Uno de ellos prendía la mecha que desencadenaría la salida a luz de una serie de importantes deficiencias en algunas dependencias municipales. Los padres, avisados del fallecimiento de su hijo y enviados al Cementerio General para reconocer el cadáver, descubrieron que el cuerpo del niño estaba lleno de cardenales. Tras el reconocimiento, fueron remitidos a su domicilio, donde se les dijo que serían avisados para estar presentes en la autopsia del crío. Con la consecuente contrariedad e impactados por lo que acababan de ver, decidieron hablar con un periodista del diario La Correspondencia de Valencia. Este periódico en su edición del día siguiente ponía en tela de juicio que la muerte del crío hubiera sido debida al ahorcamiento, dejando entrever veladamente que las causas pudieron ser otras.

Un correccional para niños

El Asilo Municipal se encontraba en la calle de la Purísima número 3 desde el 21 de septiembre de 1872, fecha en la que se cedió interinamente una parte de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús al Ayuntamiento de València después de que unos meses antes el Convento de San Juan de la Ribera hubiera solicitado el traslado del Asilo Municipal a otro punto debido al estado ruinoso del edificio. El Asilo era lo que podríamos denominar un correccional para niños, aunque ya desde la real orden de 22 de mayo de 1917 se le denominaba prisión de mujeres y niños. Con frecuencia se veían en las calles y plazas de la ciudad bandas de niños abandonados, mendigos, andrajosos y vagabundos, niños que en la generalidad de los casos no habían cometido otro delito que el haber nacido de padres indignos de ostentar ese nombre y en el seno de una sociedad que no se preocupaba todo lo que debiera de una asistencia tutelar de menores. Los datos eran más que alarmantes; en 1917 fueron procesados y condenados según datos estadísticos oficiales, 1.153 niños mayores de 9 años y menores de 15 y en el año 1918 llegaron a 1.163. Las deficiencias de estos establecimientos desde el triple punto de vista de la higiene, de la instrucción y de la moral eran por todos reconocidas. El edificio no solo albergaba a niños, sino también a mujeres desde la citada anteriormente real orden. Las celdas eran antihigiénicas, tenían dos pequeñas ventanas sin cristales en lo alto, una esterilla y un bacín grande, por las noches se les daba un jergón mugriento para dormir y si hacía frío, una deleznable manta, en algunas de las celdas se podían hacinar hasta cinco niños y ninguna de ellas tenía agua ni retrete.

El 4 de marzo el director del correccional, Felipe García dio la versión oficial de los hechos ocurridos en el Asilo Municipal; «El día 27 (de febrero), a las nueve de la noche intentaban fugarse del tercer piso, donde están recluidos, cuatro de los muchachos detenidos y alojados en dicha prisión, y para conseguir su propósito arrancaron la bisagra de una puerta, y con ella levantaron algunos ladrillos del piso, y abriendo un boquete se deslizaron al piso segundo, donde por estar cerrado el archivo, quedaron allí presos. Dada la voz de alarma por uno de los chicos que, en vista de la imposibilidad de fugarse, quiso hacer valer como mérito su denuncia, acudieron los empleados de la prisión municipal y nuevamente fueron reintegrados a sus celdas los aludidos muchachos detenidos, entre los cuales se contaba el suicida Ángel Calatayud. Encerrados en celdas separadas, el director de la cárcel municipal fue a dar cuenta al alcalde de lo ocurrido, y no hallándose en su despacho el señor Cuber, manifestó lo que pasaba al secretario del Ayuntamiento, señor Jiménez Valdivieso, y más tarde comunicó el hecho por escrito. El empleado, llamado Arturo, entró el día primero (de marzo) en las celdas de los muchachos detenidos en tres ocasiones; para hacer el recuento por la mañana, para hacer lavar a los presos y para el aseo de la estancia. Nada notó de extraño en los detenidos. Más tarde, cuando fue a dar pan para el rancho al detenido Ángel Calatayud, de 13 años, vio que su cadáver colgaba de los hierros de una ventana que hay sobre la puerta de la celda, y que el muchacho se había ahorcado con un cinturón de correa. Inmediatamente cortó el cinturón y trató de auxiliar a la criatura, pero no consiguió nada porque el infeliz niño había muerto».

También oficialmente se dijo que la autopsia fue practicada el día dos. Dicha diligencia fue realizada por los médicos forenses Ferrer Navarro y Huertas, quienes certificaron que la muerte había sido por asfixia producida por estrangulación. El juzgado, el padre de Ángel Calatayud y varios amigos suyos presenciaron la operación de autopsia.

Crecen las dudas

Como hemos comentado, la publicación del artículo en La Correspondencia de Valencia desató que la opinión pública y algunos diarios exigieran conocer la verdad y exigir responsabilidades; la gente no creía cómo alguien que se acobardaba en una fuga del Asilo, tan solo unos días después tenía el valor de suicidarse

El día 5 de marzo, el alcalde de la ciudad envió al concejal Tomás Ortega al Asilo Municipal, con el fin de esclarecer lo ocurrido, así como dar su testimonio sobre las condiciones higiénicas y su régimen interior. La visita la realizó junto a algunos periodistas entre los que se encontraban Maximiliano y José Thous. Tomás Ortega visitó la celda en la que fue hallado Ángel Calatayud acompañado del funcionario Arturo, que fue el primero que vio al desgraciado muchacho, y del niño Ricardo Soler, más conocido como Calores, que fue llamado por el funcionario para que ayudara a éste a descolgar el cuerpo. Calores dio un dato hasta el momento no conocido, el cuerpo del suicida no estaba en el aire pues los pies tocaban el suelo, tanto que costó abrir la puerta porque las piernas del muerto arrastraban por tierra. No es corriente ahorcarse guardando contacto con el suelo, mucho menos cuando se trataba de un niño de trece años, en el que no es fácil suponer la energía y la resolución suficientes para ahorcarse en semejantes condiciones.

Tras visitar la celda Tomás Ortega quiso hablar con los presos con los que Ángel intentó la fuga, Manuel González y José María Margalit, con la sorpresa de que habían sido puestos en libertad y enviados respectivamente a Madrid y Tarragona. Las ordenes de libertad fueron dadas en el Gobierno Civil, el 3 y 1 de marzo respectivamente, todo muy extraño, cuando empezaban las diligencias judiciales se prescindía de los dos testigos más importantes y se les enviaba fuera de València.

No quedaron aquí los datos sospechosos, el concejal quiso ver la dependencia por donde se dice que los niños comenzaron su intento de fuga. Había unos ladrillos levantados, pero el piso estaba firme y no ofrecía en realidad señales de una reciente recomposición. Luego solicitó que le enseñaran las dependencias del piso de abajo, con el fin de ver el agujero del techo o la reparación de éste, pero no fue posible entrar por no encontrarse al archivero en el Asilo, única persona con la llave de la dependencia.

Nada encajaba realmente con la versión oficial dada por el director tan solo un día antes, por lo que el concejal Tomás Ortega quiso conversar con alguno de los niños allí encerrados. Éstos confirmaron que se les pegaba salvajemente en los retenes de la policía y en el mismo Asilo.

El informe del concejal Tomás Ortega fue claro; el suicidio carecía de la claridad necesaria, aunque no dudaba de que se hubiera producido, no pudo comprobar en qué circunstancias y por qué causa; el régimen del Asilo y sus condiciones higiénicas eran pésimas, con un abandono inconcebible. Ante este informe, el nuevo alcalde de València, Juan Bort, convencido de que en el Asilo ocurrían cosas anormales, decidió la instrucción de un expediente para depurar responsabilidades y subsanar deficiencias, omisiones y negligencias.

Tras la apertura del expediente nunca más se supo, ningún periódico se hizo eco del desenlace si lo hubo, no sabemos si se realizaron destituciones y si algo cambió ante lo evidente. Tal vez la muerte de un niño no merecía más…

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