La Lanzada anuncia el inicio de tres días de martirio en el Marítim

La Semana Santa se adentra en sus días grandes con el prólogo del Prendimiento, el único acto parateatral que recuerda el arresto del Redentor y su posterior muerte en la cruz

Moisés Domínguez

Moisés Domínguez

A lo largo de los primeros días de la Semana Santa Marinera, la salida a la calle de las imágenes -las que han podido salir- han recordado los sufrimientos del Redentor, los que han de venir. Si no se espacian en el tiempo, no hay posibilidad de que todas salgan a la vez. Pero es a partir del Miércoles Santo cuando verdaderamente empieza el martirio. Esa jornada es en la que se conmemora el chivatazo de Judas para entregar al Redentor.

Dos mil años después, en las calles del Cabanyal se representa el prendimiento de Jesús. Así aparece, atadas sus manos con cuerda de pita mientras llegan los Longinos a aplicarle la prisión preventiva. Todo ello, ante una multitud, que contempla respetuosamente el momento en el que el circunspecto Jesús admite sin rechistar el prendimiento y su posterior paseo por las calles del barrio marinero.  

Claroscuros, soledad y multitud

Momentos muy especiales, porque la gente se congrega a presenciar el pasaje, pero después desfila en soledad absoluta antes de llegar a la plaza de los Ángeles, donde le están esperando mientras coinciden con los de la Procesión de la Reconciliación. Grandes claroscuros vividos este año en la oscuridad de la noche -es una Semana Santa muy pronto en el tiempo, casi invernal- y con un viento que hacía sufrir a soldados, apóstoles y cofrades para mantener la indumentaria en su sitio. 

Vinagre y Lanzada

El relato se adelanta en el tiempo porque, una vez entrados en la iglesia de Los Ángeles, se produce la Lanzada. Es decir, se acelera el juicio y el martirio y, sobre un Cristo ya crucificado, se le da la esponja con el vinagre (imaginario) para burtlar su led y un longino se encarga de presentar el momento que se comprueba su muerte clavándole la lanza. Sonido de truenos acompaña el relato, al que se le da un pequeño toque parateatral. 

Un Gallart para la tradición

La lanza es negra, diferente a toda la del resto de la soldadesca. Y la Lanzada es un cometido que, una vez más, llevó a cabo Salvador Gallart. Si, Gallart: su tío abuelo es el Arcipreste Vicente Gallart, que da nombre a una de las calles del barrio. «Somos una larga estirpe. Ha estabo mi abuelo, mi tío, mi padre Miguel fue presidente 42 años, yo estuve diez de hermano mayor... es mi vida. Estaba enla barriga de mi madre ya desfilaba. Mi padre fue el que logró que saliéramos en el año 1968 con las cuádrigas y los trajes de La Caída del Imperio Romano».

Un momento especial para alguien involucrado. «Ya estoy con los pelos erizados y no es por frío» dice antes de consumar la atrocidad «No estoy matándole, sino comprobando que está muerto. Yo llevo normalmente gafas y me pongo lentillas porque a Longino le devolvió la vista y fue el primer convertido al cristianismo. Es el que dice que «Verdaderamente es el hijo de Dios». De verdad que es un momento muy especial. Es el nervio del fervor y de la actuación». Y casi de milagro porque «con el trabajo sólo me lo podía permitir este año. Pero ya son 25 años».

Jesús se llama José y es de la Hermandad de la Oración en el Huerto, lleva doce años. «Y es un Jesús maravilloso». Y pluriempleado, pues conforme acabó su compromiso con los Longinos inició su camino para la Oración por la Paz, mientras en el Rosario también salían masivamente las imágenes. La fiesta ya es imparable.