­«La historia siempre la escriben los que ganan las guerras», reflexiona Florencio Fernández, uno de los valencianos de la División Azul. Hoy, tras conocerse las atrocidades cometidas por los nazis, tal vez sea difícil justificar el por qué miles de de españoles, la mayoría de ellos falangistas, combatieron en el ejército de Hitler. Sin embargo, Florencio y los otros tres ex combatientes valencianos coinciden en señalar que se fueron voluntarios por sus «ideales anticomunistas».

«Los rojos se lo robaron todo a mi madre durante la guerra, así que yo quería hacerles pagar a los comunistas el daño que nos habían hecho. Esa es la verdad, no tengo porque esconderla», apunta Ángel Medina.

En este sentido, el investigador alicantino Carlos Caballero, autor del libro «Atlas ilustrado de la División Azul (Ed. Susaeta), recuerda que «para quienes se sentían del bando ´nacional´, la Guerra Civil fue una agresión del comunismo ruso contra España». Además, en la C. Valenciana, que estuvo hasta el final bajo el Gobierno de la República, existían «muchas personas que tenían agravios contra ´el comunismo´ por la muertes de familiares debido a la represión, confiscaciones, prisión, etc..». Fernando de Zárate, presidente de la Hermandad de Combatientes, alude a este «afán de revancha» al revelar que a su abuelo, que era un alto cargo de Altos Hornos, y a un tío suyo, «los fusilaron los comunistas en Canet d´En Berenguer, por eso mi padre y su hermano se fueron a Rusia a combatir el comunismo». «Eran jóvenes de sangre caliente», apostilla. Caballero añade que otros «tuvieron que servir contra su voluntad en el Ejército Popular», como Antonio Sahuquillo, que cuenta que le quisieron «fusilar por fascista».

«El caldeado ambiente anticomunista» de aquella España de 1941, asegura Caballero, hizo que la mayoría se alistaran «de forma impulsiva» cuando el Ministro de Exteriores y jefe de Falange, Ramón Serrano Suñer, convenció a su cuñado, el general Franco, de que los voluntarios que quisieran se unieran al ejército alemán.

También contribuyó la euforia desatada cuando el 22 de junio Hitler lanzó la Operación Barbarroja de invasión de Rusia. Todos creían que la «Wehrmacht» doblegaría con su «Blitzkrieg» (Guerra relámpago) al Ejército Rojo en pocos meses. Prueba de ello es, narra Caballero, que en apenas 7 días, entre el 26 de junio que la Falange de Alicante abrió la recluta y el 2 de julio, «1.500 personas se alistaron» en esta provincia. Dos tercios de los voluntarios no pudieron marcharse por falta de plazas.

Cuando en 1942 se empezaron a enviar a Rusia batallones de relevo, muchos de los entusiastas de primera hora «declinaron alistarse». «Para entonces el momento de intensa emoción se había evaporado, pues ya se conocían muchos detalles sobre el frente ruso, como la dureza del clima o la extremadamente alta mortalidad», detalla.

Berlanga, divisionario por amor

También hubo otros que, ya en democracia, afirmaron que se enrolaron por hambre o para sacar a familiares de la cárcel. Así, Luis García Berlanga sostenía que se alistó para evitar que fusilaran a su padre, que había sido senador y diputado republicano. Sin embargo, en sus confesiones a Jess Franco, contó en 2005 que «en el fondo, sabía que, sobre todo, hacía todo aquello por amor [...] a Rosario, una chica preciosa de la que estaba enamoradísimo y que parecía no hacerme ni puto caso. [...] me deje llevar por la literaria idea de que caería a mis pies, rendida de amor, al conocer mi gesto heroico. Cuando regresara de la guerra, ella estaría esperándome, loca de pasión. Y es cierto que lo estuvo, aunque por otro tío con quien se casó enseguida».

Muerte y resurrección del cabo Poquet

«4.045 días cautivo en Rusia». Así tituló Joaquín Poquet, un divisionario de Carcaixent ya fallecido, las memorias que público en 2001. El cabo Poquet fue dado por muerto en la batalla de Krasny Bor cuando en realidad cayó preso por una unidad del Ejército Rojo en la que «el 50% de efectivos, incluido su jefe, eran mujeres». Mientras sus padres y novia le guardaban luto y Carcaixent le dedicaba una calle, pasó un calvario de 12 años en los que recorrió hasta 18 gulags. En aquel infierno de campos de trabajos forzados de Siberia hizó amistad con familias judías de las repúblicas bálticas deportadas a campos de concentración «por sus liberadores del yugo antisemita alemán», e incluso con «rojos españoles» víctimas de las purgas estalinistas. En 1954 fue uno de los 219 prisioneros de la DA repatriados a España a bordo del «Semiramis». Carcaixent recibió como un héroe al resucitado, pero la burocracia franquista le reclamó el dinero que su familia había cobrado de más, ya que al no haber muerto en combate quedaba sin efecto su ascenso a sargento por méritos de guerra. r. m. valencia