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Cambios de calle a impulsos

El autor de «Las calles de València y el significado de sus nombres» destaca la falta de criterio de los políticos en la historia

«Nunca ha existido una norma general para establecer criterios con los que dar nombre a las calles. Y eso ha provocado que éstas hayan sido utilizadas de forma arbitraria, cuando no a base de improvisación. Los cambios se han llevado a cabo por cambios políticos de relevancia». Algo que parecería tan sencillo como nombrar una vía urbana acaba por convertirse en materia de estado ciudadano. Y la ciudad de València ha sido escenario de ese particular «quita y pon» a lo largo de las décadas y siglos. Normal, si se quiere, cuando las diferencias políticas se resolvían a cañonazos.

Ahora ya no hay de eso, pero quedaba una serie de modificaciones por hacer que no han dejado a nadie indiferente. El catedrático de Historia del Arte de la Universitat de València, Rafael Gil Salinas, es coautor, junto con Carmen Palacios Estremera y las fotografías de Pepe Sapena, de una obra de culto en lo referente al nomenclátor de la ciudad: «Las calles de Valencia y pedanías: el significado de sus nombres», editada por el propio ayuntamiento en 2003. Y, aunque paradójicamente, no intervino en la comisión que, desde su propia Universidad, estudio a qué calles aplicar la Ley de Memoria Histórica, sí que dispone de todos los elementos, sincrónicos y diacrónicos, de cómo se han ido bautizando y rebautizando las calles de la ciudad.

«Los cambios de nombre son un fenómeno muy normal en la historia de la ciudad en el siglo XX. Más de lo que nos parece. Y siempre ha suscitado entre el público las sensaciones que en las actuales: adhesiones y críticas. Afectos de quienes consideran que se hace justicia y censuras de quienes lo consideran una agresión».

La historia de España en los mil novecientos habla de varios cambios de forma de gobierno y de situaciones: monarquía-república-guerra civil-dictadura-monarquía parlamentaria. Y esto propició numerosos cambios en denominaciones, a la vez que se iban creando nuevos barrios con nuevas calles.

Para algunos de los cuales, por contra, se optó por nombres neutros o aparentemente neutros. Por ejemplo, en la cuadrícula de Russafa hay una serie de calles con nombres de topónimos: Castellón, Segorbe, Dénia, Sueca, Buenos Aires... pero también se incluyen los nombres con mensaje: las tres últimas colonias, perdidas pocos años antes en las guerras con Estados Unidos: Cuba, Puerto Rico y Filipinas, así como la reivindicada Gibraltar.

También hay barcos de guerra en bloques de viviendas de Zaidía (Fragata, Guardacostas, Corbeta, Cañonera...) o la práctica totalidad del archipiélago canario que hay en el barrio de la Malva-rosa (Las Palmas, Isla de Hierro, Teide, Lanzarote, Fuerteventura, La Orotava...). «Al final, estas son decisiones menos controvertidas que las que acaban por confrontar ideología y que suelen tener efectos de acción-reacción, aunque lo ideal es que las calles tengan una relación con el entorno histórico de la ciudad y, sobre todo, que no generen esa división de opiniones», explica.

Hay otra solución, que se puede ver en algunas urbanizaciones «que a mí, particularmente, no me gusta, que es la de nombrar con números, como vemos en Estados Unidos. Pero tampoco me gustan los cambios constantes».

A la vez, Rafael Gil recuerda otras particularidades del callejero. Por ejemplo, que «calles y plazas de la primera ronda que coinciden con el interior de la muralla y que aparecen en los textos de Marcos Antonio Orellana y en el de Manuel Carboneres no siempre coinciden en su primitivo emplazamiento con el actual» o que en los estertores decimonónicos, como «en el Ensanche, donde se recurrió a una combinación de hechos históricos y personajes ilustres de ámbito local y nacional», del que habrían derivado, por ejemplo, el Conde de Salvatierra (alcalde de València), Cánovas del Castillo (presidente del gobierno), Almirante Cadarso (marino de la escuadra de Filipinas), Marqués del Turia (alcalde de la ciudad), Germanías o Félix Pizcueta (cronista de la ciudad).

Importante poner el oficio

Otro aspecto a considerar es el carácter didáctico en las rotulaciones: «el hecho de que la mayoría de los ciudadanos desconozca la identidad de las personas que ilustran el callejero valenciano, hizo que se adjetivaran muchas calles como 'pintor', 'músico', 'general'». No es de extrañar esto cuando en la actualidad son muchos los vecinos que han mostrado su sorpresa por desconocer que los personajes a los que se les despoja de calles podían tener relación con el régimen franquista.

Curiosamente, Gil apunta el hecho de que «con la llegada al poder municipal de los médicos falangistas Adolfo Rincón de Arellano (1958-1969) y Vicente López Rosat (1969-1973) proliferaron las calles en las que se reconocían a los compañeros de profesión».

Ser republicano se paga incluso aunque se sea un personaje ilustre. Vicente Blasco Ibáñez fue «depurado» y no volvió hasta el tardofranquismo, cuando se se rebautizó con su nombre el hasta entonces Paseo de València al Mar.

Plaza de la Reina y mucho más

Cuanto más emblemática es la plaza, más susceptible se es de poder cambiar. Lo que ahora conocemos como Plaza de la Reina «en el siglo XIX fue llamada Plaza de Zaragoza; en 1878 plaza de la Reina (en honor de María de las Mercedes esposa de Alfonso XII); en la República se conoció como plaza de la Región y, posteriormente, plaza de Zaragoza y, finalmente, plaza de la Reina otra vez».

La actual tanda de cambios complementa la realizada en el año 1979, tras el pleno municipal en el que se estrenó el ayuntamiento democrático actual. En aquella ocasión fueron sustituidos los nombres más significados (Caudillo, José Antonio, Ramiro Ledesma, División Azul, Onésimo Redondo, Falangista Esteve...) dejando para mejor ocasión otros nombres. Esa mejor ocasión ha tardado casi 40 años. «Hay que pensar que los cambios había que hacerlos poco a poco porque esto siempre da problemas. En aquella ocasión no se podía hacer un cambio masivo porque era una época muy delicada, con las sensibilidades a flor de piel». Los cambios actuales «eran necesarios. Desde la Transición han pasado muchos años y era necesario renovar nombres que están inspiradas en un pasado nada grato». El problema es que estos cambios «no suelen gustar. Eso es un hecho histórico» y Gil afea, en ese sentido, que «el ayuntamiento no ha preparado el tema lo suficiente. Para mi gusto las cosas nos se han hecho bien del todo». Tanto, que pueden llegar a darse situaciones surrealistas. «La calle En Sala fue llamada durante un tiempo la calle Ensalada. Y eso es porque no se bucea lo suficiente en los orígenes y causas de los nombres».

Tras peinar una por una todas las calles de la ciudad, Rafael Gil tiene un diagnóstico muy claro: «el callejero valenciano sufre falta de criterio, improvisación y ausencia de previsión en términos generales aplicado para determinar el nombre de las calles».

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