Vestido muy de capricho, clásico, con una camisa negra de lunares y un traje gris, José Fernández Torres, más conocido como ‘Tomatito’, apareció en el Palau de Les Arts de València el pasado sábado por la noche. Marcado por el ritmo de su larga melena, se sentó en su silla y empezó a tocar. A partir de ahí, una vez soltó libremente sus huesudos dedos por primera vez sobre las cuerdas de su guitarra como si fueran cinco sopletes capaces de incendiar el alma, el público entró en el reino inagotable e infinito del que fuera guitarra de Camarón de la Isla.

Y es que Tomatito, que no ha perdido el tacto de sus manos tras la ausencia del genio a los treinta años de su muerte, golpeó los sentidos con la sed de tenerle, como si ampliara la nostalgia de sí mismo. Como si le diera a la memoria una nueva manera de rescatarnos de las rompientes cotidianas para regalarnos vida a través de dos horas de concierto que tardaremos en olvidar. Mágico. Fabuloso. Porque Tomatito rompió los códigos del tiempo. Limpiamente, partió por la mitad la norma del reloj para subyugarnos sin vacilaciones. Hubo talento, armonía, creatividad, instinto, genialidad y, sobre todo, el brillo feroz del flamenco. Que no es poco.

Y no solo lo vi yo. Menos mal. El público, que rozó el lleno del auditorio, también salió maravillado. Y el acalde de València, Joan Ribo; el concejal de Movilidad Sostenible del Ayuntamiento de València, Giuseppe Grezzi; y la concejala de Transparencia y Participación Ciudadana, Elisa Valía; tampoco se lo quisieron perder desde la primera fila del anfiteatro. Porque escuchar a Tomatito es entrar en en un túnel, como cuando te atrapa la luz, para recorrer la viscosa esencia del flamenco.

Tomatio, durante el concierto. Mikel Ponce/Les Arts

Duquende, uno de los artistas invitados, empezó con el "Romance del Amargo" de Camarón, esas bulerías por soleá que ya activaron las papilas gustativas. Una balada que el músico almeriense suele interpretar junto a Michel Camilo le siguió. Antes de tocarla junto a su hijo José del Tomate, se la dedicó "al mejor guitarra de todos los tiempos": Paco de Lucía. Aquí, donde también interpretó la falseta de "Entre dos aguas", se encarnó portentosamente en el mejor guitarra de la actualidad gracias al incólume misterio de sus muñecas.

Antonio Reyes, otro de los artistas invitados, entró en escena con el cante de "Rosa María", esos tangos de Camarón con el estribillo tan pegadizo. Pero donde brilló este cantaor de Chiclana de la Frontera fue en la "Nana del caballo grande" del propio Camarón. Su voz, al compás del toque de Tomatito, lanzaba fogonazos líquidos, amplios, sin incontinencia que, en el fondo, también eran fogonazos de vida. Y ahí quedarán clavados en los vastos registros trasatlánticos de la memoria.

Duquende cantó los "Tangos de la Virgen de los Remedios", también una seguiriya que crujió las butacas con su quejío tan frágil como profundo. Reyes volvió para interpretar unas alegrías, José del Tomate dejó clara la sangre que le corre por las venas cuando se quedó solo en el escenario y el percusionista Israel Suárez "Piraña" acompañó magistralmente e incluso improvisó cuando Tomatito le dio paso. Un espectáculo muy completo.

El broche de oro fue "La leyenda del tiempo" interpretada por los seis músicos presentes. Ese mar repatriado por el flamenco, ese útero inmenso del cante que creó revolucionariamente Camarón junto al propio Tomatito en 1976, elevó la música a otra dimensión. El arte, que todo lo cura. Porque el cante nace amortizando el dolor del prójimo para evocarlo. "Viviré" llevaba por nombre el espectáculo. Y, de alguna forma, gracias a él, seguiremos viviendo todos. Porque el flamenco es vida.