Es una pena, aunque esté cargado de razón, que Marina Puche celebrara entrar en el Museo Fallero mediante el cuadro de la fallera mayor de València porque "de ninguna otra forma habría entrado en el museo. Es imposible". O tendría que vivirse una honda transformación para que un ninot de Marina, tan característicos y a la vez tan valiosos, sean proclives al indulto popular. Pero el retrato que desde ya puede verse en el espacio museístico es, seguramente, el que más expectación ha generado y el que más ha llamado la atención en su presentación pública. Porque, siendo diferente, es es retrato, es una fallera y es un reflejo bastante fiel de la autora, aunque sabiendo el objeto al que se enfrentaba y, por consiguiente, las limitaciones en la libertad de expresión artística a las que se tenía que ceñir.

En la presentación del cuadro, Carlos Galiana lo definió como el reflejo del final de una etapa. Y justificó el cambio de artista porque "no podemos imaginar un Louvre en el que todos los cuadros fueran del un mismo artista". Algo que sí que ocurre con los "ninots indultats" mayores o lo más parecido porque, aunque cambien de autoría (Algarra, Carsí, Llongo...), todos siguen una línea bastante parecida -y mil veces comentada-. Y también, tal como decía el director del Museo, Gil Manuel Hernández, "nadie sabe los avatares del destino y poder decir que tenemos un cuadro de Marina Puche, siendo ahora importante, aún puede serlo mucho más en el futuro".

Lo cierto es que Marina completa lo ya apuntado por Levante-EMV: que es la primera vez que tres generaciones de artistas están en el Museo. Su abuelo y su padre, con ninots. Ella, con el cuadro.

Un retrato del que la autora desvela ahora que pudo tener una textura diferente: "Al principio tenía dudas de si aplicar el fondo blanco o el del espolín verde". De hecho, como puede verse, el retrato se completó prácticamente todo antes de resolver la duda. Que se sustanció en un equilibrio: "dejar un apunte sintético del espolín. Que estuviera detrás, pero no completamente al detalle porque si pones un verde oscuro, los colores de las flores, la cara, la banda, el traje... podían haber sido demasiadas cosas juntas, demasiada saturación que nos impidiera ver lo que verdaramente importa, que es el rostro".

7

La pandemia bajo la mirada de Marina Puche

10

Fallas 2021: Arte urbano con la firma de Marina Puche

El siguiente paso era la reproducción de la indumentaria. "Te imaginas una fallera y ves pendientes, collar, manteletas, dorados, brillos, adornos... todo eso imone respeto". La solución ha sido la de "sintetizar los elementos. No está hecho con pincel pequeño, depurando al máximo sino más a mi estilo, con una pincelada más amplia".

Y luego llegaba la parte decisiva: la expresión. "Me ha encantado pintarlo porque Carmen tiene las facciones muy expresivas. No me ha costado en ese sentido porque hay gente cuya mirada es dura. En Carmen no: la suya es una mirada con verdad y con luz. Además tiene la piel muy blanca, que da para aplicar unos azulados, unos cremas...".

16

El premio más emotivo para Carmen Martín Moisés Domínguez

54

Espolín de la Fallera Mayor de València: Carmen Martín escoge el color verde primavera Fotos: Germán Caballero

Y es que una de las características del cuadro se encuentra si se mira al detalle: las incontables no ya pinceladas, sino tonalidades diferentes que conforman el rostro de Carmen. "Voy pintando según veo los colores. Voy mezclando en la paleta y para cada pincelada habo un tono nuevo según lo veo, así que imagino que habrá cientos de colores".

El resultado es una obra en la que la autora espera que "se destaque sobre todo a la fallera mayor de sonrisa contagiosa que llegó el año en el que pudimos quitarnos la mascarilla".