Un respeto para la caza

Me enamoré de la caza donde nunca jamás me hubiese pensado que lo haría: en un paraíso natural llamado Aldehuela, situado en el corazón de Teruel

Imagen de la manifestación por la caza en València

Imagen de la manifestación por la caza en València / E. Ripoll

Jaime Roch

Jaime Roch

Me enamoré de la caza donde nunca jamás me hubiese pensado que lo haría: en el corazón de Teruel. En un paraíso natural -y también espiritual- llamado Aldehuela, un barrio turolense que, en el fondo, se levanta como una aldea histórica que no tiene más de 50 habitantes. Un refugio de vida. El mismo que aportan esas miradas de un bretón precioso llamado Noa o de un braco elegantísimo llamado Librera que, cuando cazan, se petrifican como si fuesen estatuas por puro instinto.

Allí salgo a pasear con la familia Ferrer, cuyos antepasados nacieron y echaron raíces allí, y varios amigos y miro a mi alrededor y veo hectáreas y hectáreas sin fin donde se levanta la naturaleza más pura. Lo silvestre más desatado. Lo auténtico más exacto. Allí te das cuenta de cómo la primavera en plenitud abre los ojos en mayo entre el espacioso y jubiloso ecosistema de corzos, cabras montesas, conejos, jabalíes o perdices. Cómo el campo cobra así su pequeño sentido y la flora crece con ese ritmo sincopado a pesar de la falta de lluvias. Cómo gracias al sol rajante del mediodía, el paisaje ofrece una de las mejores galerías de colores. Así, la naturaleza se revela en su tonalidad más amarillenta como si los campos fuesen pergaminos de oro.

Allí te das cuenta de que el diálogo íntimo con la naturaleza es uno de los grandes misterios de nuestro siglo. La belleza en carne viva. Y allí también entiendes la necesidad humana de la calma y la contemplación, virtudes de la buena caza.

Allí, el cielo está más intacto y transparente, la tierra es más virgen y está sin contaminar y a sus habitantes no les acompaña esa profunda nostalgia que tenemos en las ciudades porque no les hace falta querer el cielo intacto, la tierra virgen o esa naturaleza que no se aferra a las nuevas políticas para sobrevivir. Ellos lo tienen y disfrutan diariamente de su foco gravitatorio.

Los cazadores toman el centro de València para reclamar la importancia de la caza

Eduardo Ripoll

Una reivindicación

Tal y como ocurre con los pueblos del interior de la Comunitat Valenciana y que este sábado se reivindicaron en una manifestación para salvar la caza, organizada por la Federación de Caza de la Comunitat Valenciana. Sus habitantes conocen el apogeo de la palpitación de la vida rural, el cese melancólico de los días con los extraordinarios atardeceres o la caducidad de los poderes de la vida cuando, por ejemplo, los buitres -la mayoría de ellos en peligro de extinción- se hacen presentes en los valles para alimentarse.

Asistimos a la generación -a la que pertenezco y no reniego- que rechaza todo aquello que no comprende. Se ha ido adquiriendo una palmaria propensión de no aceptar esos hábitos ancestrales que, algún día, nos hicieron ser lo que somos. Tratamos de despedazar el pasado y reconstruirlo desde la comodidad de una oficina. Queremos posicionarnos sin conocer la profundidad de los asuntos.

Pero la caza se sustenta por unas reglas éticas de mantenimiento de la naturaleza que ya quisiese tener la Ley de Protección y Derechos de los animales. La caza ayuda a mantener un ecosistema equilibrado y a controlar eficazmente los daños de algunas especies, además del montante económico que mueve.

La caza es, para muchos, el circulo perfecto que encierra la vida de su abuelo, su padre y la suya propia. Salir a cazar una madrugada de noche cerrada es, en definitiva, la atenuada imperfección del hecho de estar vivo.