A la contra

¿Oficina o escuela?

Agustín Zaragozá

Agustín Zaragozá

En los últimos cursos el cuerpo docente sufre una pasmosa precariedad traducida en ausencia de autonomía –el secuestro de la educación por parte de la Administración– y la pedagogía «new age» o magufa, esa que introduce conceptos biensonantes pero que nada aportan a la mejora de la calidad educativa. Si ustedes quieren una buena educación, reduzcan la ratio por aula o paguen a tutores y tutoras, puesto que, el único valor que se les da es un «gracias por sus servicios» por parte del equipo directivo a final de curso y con bastante desgana. ¿Tan poco vale atender individualmente a cada alumno/a? Puedo aceptar que el sistema educativo menosprecie al profesorado e incluso a las criaturas, pero, cuanto menos, exijo que se diga públicamente y sin ornamentos literarios. ¿Cuántas tablas excel, informes, rúbricas y documentos cumplimentamos durante un curso? ¿Cuánto tiempo invertido en reuniones absurdas? ¿Y en correos electrónicos, programaciones y abstracciones varias? «Perfil de salida», «situación de aprendizaje», «barreras», «fortalezas», «saberes básicos»… ¿Hay alguien que sepa responder con rigor y sin una carcajada a esta pedagogía «new age», magufa? Los centros educativos ahora son oficinas disfrazadas de aulas, un lugar inhóspito, deshumanizado, en el que prima la burocracia por encima de cualquier aprendizaje significativo.

Algunos docentes y equipos directivos –casi siempre quienes mejor obedecen– hacen flaco favor al alumnado y al profesorado cuando fingen de manera consciente (o no, cosa más lamentable) que el sistema educativo se adapta, atiende, cuida y responde a necesidades individualizadas. Los bancos ya no atienden a sus clientes, la Administración no responde a la ciudadanía –publicado en Levante-EMV que «Los ayuntamientos niegan el padrón a familias que viven en habitaciones alquiladas y les dejan sin ayudas»– y la Educación desatiende a su alumnado. Todo encaja en sistemas tutelados por el capitalismo. La escuela se ha mercantilizado y la función docente se reduce a pura burocracia no sea cosa que piense por sí misma y surja la revolución. El sistema educativo debe ajustarse a una sociedad medicalizada cuya finalidad última radica en producir a golpe de somníferos y otras drogas. Algunos centros prohíben el móvil a su alumnado, ¡y lo entiendo! ¡Ya niguno mira a los ojos! ¿Podrían, ya puestos, prohibir el ordenador? ¡La pantalla ha cegado la función pública de todo docente! Se educa en el aula y no en las tablas excel.

Nos piden detectar las «barreras» del alumnado. ¡Como si trabajáramos con 10 ó 15! ¡Como si las aulas no estuvieran masificadas! ¡Así, a ojo de buen cubero, dinos en una tabla las barreras de tus 140 chicos y chicas! ¿Y a qué magia o bruja recurrirás para solventarlas? ¡Ponlo en los indicadores, por favor! ¡Un poco de profesionalidad, profesorado! ¡No caigamos tan bajo! ¡Somos profesionales, somos humanos! Eso sí, nadie habla de otras barreras como el Patriarcado, la falta de recursos, la escuela-guardería o la barrera de residir en un barrio marginal o de la burguesía. Puesto que no podemos resumir las barreras en una sola –el mundo es basura, ésa es la cuestión– ingeniamos un lenguaje que desvirtúa y edulcora problemas serios y profundos en el sistema educativo. Y la primera barrera pendiente de solventar por parte del profesorado, de nosotras y nosotros, profesionales, es la de recuperar la educación secuestrada por la Administración y legislaciones ridículas. ¿Vuelta al cole o a la oficina?