Alzira se arrima al río en busca de ocio
La capital de la Ribera Alta pasa de temer y dar la espalda al Xúquer a integrarlo en la trama urbana para convertirlo en una gran zona verde con vegetación autóctona
El gobierno municipal anhela aprovechar el cauce para usos recreativos
La creación de una playa fluvial tampoco se descarta, aunque quedará supeditada a la depuración de vertidos
La relación de Alzira con el río que rodeaba por completo la vieja ciudad medieval ha sido siempre enfermiza. El afecto ha sido tan abundante como el rencor e incluso el desprecio. Los primeros pobladores se cobijaron en la vieja la isla fluvial conscientes de la protección que brindaba su abundante caudal y tan pronto quedó convertido el meandro en un recinto amurallado inexpugnable se pasó del amor apasionado al odio más visceral a medida que los frecuentes desbordamientos convertían el caudal que amamantaba la fertilidad de la tierra en una indomable fuerza destructora que arramblaba vidas, bienes y cosechas. Ese afecto tan quebradizo se ha mantenido hasta que, hace poco años, la ingeniería hidráulica ha permitido domar a la fiera. El plan de defensa contra las inundaciones ha favorecido la reconciliación entre la capital de la Ribera Alta y el río, que va a recuperar su paisaje tradicional una vez desprovisto de especies exóticas e invasoras, para transformarse en un espacio de ocio propicio para un galanteo que regenere el enamoramiento.
Otro río... pero de cemento
El romance entre la ciudad y el Xúquer ha sido tan tormentoso que todas las rupturas fueron siempre desgarradoras. Una de las más lacerantes fue anterior a la fractura que provocó la pantanada de Tous. El desarrollismo franquista, autor de los primeros quebrantos de la economía especuladora, transformó de tal modo la imagen del río y de Alzira que se tornó irreconocible. El ayuntamiento, alentado por la codicia constructora, desvió el viejo cauce y lo transformó en una amplia avenida repleta de edificios de diez alturas. El lecho fluvial urbano desapareció y con él sucumbió también el bello puente gótico.
Ese atentado patrimonial, combinado con las graves inundaciones sufridas en 1982 y 1987, alejó el Xúquer tanto física como espiritualmente. La ciudad pasó a vivir de espaldas al río, que también ganó invisibilidad al quedar oculto tras densos cañaverales. Así anduvo hasta que, en otra de las grandes paradojas que regala la vida, los vecinos redescubrieron el cauce gracias a la última de las grandes transformaciones urbanísticas ligada a otra fiebre constructora. La avaricia convirtió en un inmenso solar la fachada norte de la ciudad delimitada por el cauce y el estallido de la burbuja inmobiliaria posibilitó que los ciudadanos volvieran a mirar de frente al río.
La llegada de Compromís al poder municipal en 2015 también allanó el terreno. La coalición nacionalista apostó firmemente por reconquistar el Xúquer. Es verdad que en los últimos ocho años la teoría se ha impuesto a la práctica, pero nadie discute que los avances son lentos pero inapelables. El río está hoy más cerca que nunca de los ciudadanos. El polideportivo dedicado a Aspar, uno de los ejes de la vida local, está pegado al cauce, el embarcadero ha propiciado que las piragüas surquen las aguas y el mirador abierto a la desembocadura del Barxeta gana tantos adeptos cada día como la zona verde pegada al simbólico Pont de Ferro.
Soñar despierto
La desaparición de la caña, promovida por la Confederación Hidrográfica, alimenta los anhelos. El río va a transformarse desde Sumacàrcer a Cullera en un corredor de 75 kilómetros que recuperará la vegetación autóctona y completará el denominado Anell Verd, el itinerario ciclopeatonal que rodea Alzira. Y el Hort de Redal, expropiado a precio de oro para acoger un centro comercial, tendrá a partir de 2027 un uso recreativo. El alcalde, Alfons Domínguez, sueña despierto al imaginar un ágora que acoja espectáculos al aire libre. La playa fluvial tampoco es descartable si se depuran las aguas residuales que llegan al cauce. Ideas no faltan, lo que se echa en falta es el dinero.
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