Una empresa de Cullera explica cómo es trabajar en Israel en plena guerra

«Tenemos más miedo a dejar de trabajar y no poder llenar la nevera», expone el gerente de la compañía tras regresar de Oriente Próximo

El viaje incluye la planificación de rutas de escape que garanticen la huida en situación de emergencia

Cuatro de los trabajadores de Cullera que han estado en Israel.

Cuatro de los trabajadores de Cullera que han estado en Israel. / Levante-EMV

Rubén Sebastián

Rubén Sebastián

«Tenemos más miedo a dejar de trabajar y no poder llenar la nevera que a la guerra». Son las palabras con las que Federico Aparici, gerente de la empresa de Cullera Montajes Faser, explica su experiencia tras regresar de Israel, donde la compañía ofrece servicios de forma regular desde hace cinco años. En plena escalada de violencia en Oriente Próximo, Aparici defiende que se puede viajar al país y realizar su labor «de forma segura y sin riesgos». Sin embargo, admite que el contexto bélico obliga a tomar infinidad de precauciones.

La sociedad ribereña, que se dedica al montaje y fabricación de maquinaria industrial para empresas de diversos sectores, realiza trabajos en Israel desde hace cinco años. En esta ocasión, han acudido contratados por una firma de la industria láctea, concretamente en la zona de Masada. Es su primera visita al país desde que estalló la guerra. Aparici acompañó a un grupo de seis empleados en un viaje que requiere de muchísima preparación.

A 300 km de Gaza

«Uno de los trámites más complejos es el de asegurar a todos los trabajadores, algo que supone un problema en un contexto como el actual. Las compañías no quieren porque creen que existe demasiado riesgo y eso que estamos trabajando a 300 kilómetros de Gaza. También son complejas la entrada y la salida del país, ya que los controles en los aeropuertos son muy exhaustivos», expone el gerente cullerense. La expedición regresó el pasado fin de semana y, tras reponer el material necesario, regresan a Israel para continuar con su trabajo. «Se han apuntado voluntariamente aquellos que han querido, no se ha obligado a nadie. Aun así, obviamente, no podría perdonarme si les pasara algo a mis empleados. Es gente del pueblo y conozco a sus familias. Está todo muy controlado y se trabaja con mucha previsión», expone.

Una vez allí, los trabajos se realizan en un entorno en el que se ha reforzado la seguridad, con personal facilitado por la propia empresa que ha contratado sus servicios. «Se trabaja durante el día y en las mismas instalaciones se encuentra el hospedaje. Se encargan, incluso, de proporcionarnos las dietas. Además, la movilidad y las relaciones sociales fuera se reducen al máximo. A fin de cuentas, no se va a hacer turismo», indica Aparici.

Además, según detalla, la empresa ha organizado un plan de escape casi milimétrico para que los trabajadores pudieran regresar en cuestión de horas a sus hogares. «Si hubiese una situación de emergencia, tenemos varias rutas por tierra previstas y un vehículo para ello. Hay varias agencias de viajes con los que estamos en contacto para garantizar que se pudiera volver o bien desde Israel o bien desde Jordania o Turquía», asegura el cullerense. 

Presencia militar

Los trabajadores de la Ribera se adaptan, como buenamente pueden, a un contexto hostil en el que, sin embargo, han recibido grandes dosis de hospitalidad. «Cuando llegas allí, te llama mucho la atención que no paras de ver militares armados. Para ellos está ya normalizado y, de hecho, la gente te dice que no es que vivan en un país militarizado, sino que Israel es un ejército que tiene un país. También impacta escuchar los aviones que te sobrevuelan a diario», reflexiona Aparici, que añade acto seguido: «Afortunadamente, nos hemos encontrado con unas personas que se sorprendían que, en circunstancias así, vayamos a trabajar y nos han tratado muy bien, no tenemos queja. Yo soy de pensar que tenemos más miedo a dejar de trabajar y no poder llenar la nevera que a la guerra».