Análisis
Lecciones en el estadio vacío
104 años de vida quedan supeditados a remontar tres puntos de desventaja y sobrevivir a nueve partidos
La escena de un estadio vacío es tremendamente cinematográfica. Creo que reparé por primera vez en su poder hipnótico con aquel paseo de Andoni Zubizarreta en chanclas en un solitario Camp Nou, en la 97-98, después de que el Valencia lograse un lunes aquella remontada imposible con cuatro goles en veinte minutos. Andoni se despedía de un coliseo en el que había sido muy feliz, mientras que el Valencia tomaba impulso huracanado para ser el gran agitador del fútbol de entresiglos. En ese estadio vacío, con los ecos de la batalla acabada apoderándose del silencio como fantasmas, Zubi vislumbraba el final de una carrera brillante y, no lo sabíamos, empezaba el más feliz de los veranos del Valencia.
Tras la derrota del Valencia contra el Sevilla, me quedé sentado en mi butaca de Mestalla durante un cuarto de hora masticando la realidad. En distintas partes del estadio vacío, detecté aficionados instalados en el mismo laberinto y dialogando con fantasmas parecidos. Hasta los guardias de seguridad, siempre prestos a vaciar rápido el templo, parecían respetar ese momento particular de duelo, el de comenzar a aprender a despedirse del Valencia que hemos conocido.
Quizá por eso, por el presente tan mísero al que Peter Lim ha condenado a la entidad, la visión del centenario estadio vacío resultaba tan sobrecogedora. La fortaleza enorme que queda de una civilización derrotada tiene mucho de cinematográfico. Y muchos estadios y aficiones ansían la caída del gigante. Igual que nos han asombrado las aventuras del Manchester United, Juventus, Milan, Marsella o Hamburgo en divisiones inferiores. Todos tan campeones de Europa como el Valencia.
En este estadio grande y vacío, pienso que tal vez el inicio de la salvación del Valencia pase por despedirse del recuerdo, ahora melancólico, del club que se paseaba con garbo por el viejo continente. De hacer el caso justo a las efemérides primaverales que, de aquí a final de temporada, nos recordarán un goteo de finales de copas, recopas, supercopas; alirones; el centenario de Mestalla; la utopía de nuestro mayo de París y el peso esclavo del escudo. 104 años quedan supeditados a remontar tres puntos de desventaja y sobrevivir a nueve partidos. Con silencio, trabajo y suerte, que dijo Héctor Cúper. Con la humildad como única grandeza. Con todo, hasta el final.
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