LA CIUDAD DE LAS DAMAS

De fobias imperdonables

Archivo - Recorrido del Desfile del Orgullo LGTBI. ARCHIVO.

Archivo - Recorrido del Desfile del Orgullo LGTBI. ARCHIVO. / María José López - Europa Press - Archivo

Mar Vicent

Las personas que tienen fobia a las arañas, a los espacios cerrados o a volar merecen comprensión y apoyo, asumiendo el mal rato que pasan cuando han de utilizar ascensores, coger aviones o convivir en el campo con las arañas. Pero no hay empatía posible con quienes sienten y manifiestan con total desvergüenza una explícita fobia a las personas LGTBI, es decir, contra las personas que tienen distinta orientación, identidad o expresión de género.

La homosexualidad, como cualquier otra manifestación de la diversidad sexual, no es una enfermedad como se afirmó hace 33 años ya. Lo que sí es patológico es el rechazo que suscita en algunas personas que son incapaces de entender —lo cual sería su problema—, y de convivir —que ese sí que es problema de todos— con mujeres y hombres que no sean heterosexuales, para ellos, el único patrón «respetable» y admisible.

Es muy gratificante apreciar que la diversidad sexual es un hecho incuestionable y aceptado por la mayoría de la población. Es desolador sin embargo constatar que los prejuicios siguen anidando, oscuros y sucios, en las mentes de algunas personas que no son capaces de entender que la diversidad sexual no establece categorías humanas porque todos los seres humanos tienen los mismos derechos.

Las personas LGTBI son las lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales, dicho sea para quienes se ahogan en esta sopa de letras, que sin embargo representa a personas corrientes y sufrientes, mucho más de lo que nadie se merece. Su existencia y dura realidad ha sido brutalmente invisibilizada durante gran parte de la historia de nuestro país, dominada por el modelo machista y soberbio de machos alfa, cuya masculinidad e identidad venía dada por el tamaño de sus genitales y por mujeres castas útiles para el placer ajeno. Han sido muchos años haciendo de la sexualidad un asunto tenebroso, a medio camino entre la vergüenza y la ignorancia que afortunadamente hoy ya no transitan las nuevas generaciones, aunque siga habiendo asignaturas pendientes para no perderse ni repetir errores. Hay mucho terreno ganado entre los no tan jóvenes, que han ido superando sus prejuicios, fruto de años de adoctrinamiento, para dejarse de «tolerancias» y asumir desde el respeto que todo el mundo, mientras no dañe al prójimo ni a sí mismo, tiene derecho a vivir su sexualidad como le de la gana.

Con todo, no se puede obviar que seguimos viviendo en una sociedad que penaliza con más o menos contundencia y crueldad a las personas en función de su orientación sexual, de su identidad o expresión de género. Que las excluye del mercado laboral como si fueran menos productivas, que las acosa en los centros escolares donde no se aprende algo tan fundamental como el respeto a la diferencia. Una sociedad en la que hay brutos, sin que haya calificativo más apropiado, que agreden a las personas LGTBI, las golpean con bates de béisbol, las patean y apalean porque no disimulan, ni esconden, ni mienten sobre quienes son.

Esa gente, los lgtbifóbicos son los que, en realidad, son dignos de compasión, los que padecen una tara mental y emocional que les incapacita para convivir en sociedad y ocupar un lugar merecido en una sociedad justa y respetuosa con los derechos y libertades de todo ser humano

Esta semana se ha celebrado el Día internacional contra la LGTBIfobia conmemorando que en el año 1990 la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad mental. A ver cuando se descubre cura para quienes siguen enfermos de odio e incapaces de aceptar que nadie tiene derecho a meterse en la cama ajena.

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