Roca Rey y la fuerza de su espíritu

El joven torero peruano arranca una oreja al quinto con una faena cerebral dentro de un festejo que supuso el primer 'No hay billetes' de la Feria de Fallas

También destaca la torería de Pablo Aguado, especialmente con el capote

Andrés Roca Rey saluda presidente tras finalizar su labor en el quinto.

Andrés Roca Rey saluda presidente tras finalizar su labor en el quinto. / Fernando Bustamante

Jaime Roch

Jaime Roch

El suceso llegó en el quinto de la tarde, un toro colorado de Victoriano del Río que era feo y alto. La tarde se precipitaba bruscamente al naufragio y, ese toro, tampoco llevaba buenos augurios en su presencia. Ni su embestida en las telas. Pero la plaza de toros de València estaba a rebosar en lo que suponía el primer «No hay billetes» de la Feria de Fallas. No cabía nadie más. Y es que era el primer festejo de Andrés Roca Rey en València. Esta tarde, sin tregua alguna, tiene el segundo. De manera ininterrumpida. Y es que la expectación está cosida a su nombre allí donde va. Por mucho que las cortinas de humo que se tiendan y mucho fariseo con las ropas rasgadas, entre el tirón de él y el resto del escalafón no caben semejanzas. Y ahí, en ese quinto, lanzó su órdago el joven peruano como si se lo hubiera dictado la irresistible fuerza de su espíritu

La faena al quinto

Para recibir a ese quinto, Roca Rey no se metió en el burladero. Ahí mismo se hizo la señal de la cruz y también tiró la moneda al aire porque el animal no le ayudó en absolutamente en nada. Es más, él fue el que a base de su sentido del temple alargó sus embestidas hasta crujir la plaza de toros de València al final. A base de corazón, pisaba esos terrenos del toro que son vidrios rotos, hirientes. Y todo acompañado de ese enigma que potencia el valor sustancial de su arrolladora personalidad y que mantiene magistralmente viva la tauromaquia en València, plaza en la que se le profesa un respeto emocionado. Hoy habrá otro «No hay billetes» gracias a él.

De inicio, una tanda de rodillas despertó del letargo a la gente. Y en la muleta se mostró más reposado, como más relajado, como si hubiese emprendido una nueva búsqueda en su tauromaquia para dibujar naturales de bella factura. Esa fue la primera parte de la labor, en la que le ayudó a su oponente a ganar confianza, a sujetarlo en su muleta. En una segunda parte surgieron esos derechazos de mano baja, dando el pecho, la vida, el sentimiento… arrebatado con el volcán latente de su carisma. Sonó un aviso mientras toreaba como si su ambición no estuviera satisfecha con lo hecho. Y prosiguió con varios circulares ligados con un pase de las flores que puso definitivamente la plaza al rojo vivo. Entre tanto, un arreón le quitó una zaptilla y sobrevoló la voltereta. Dejó una estocada entera, el toro tardó en caer, sonó otro aviso y paseó una oreja entre el clamor. En su primero poco pudo hacer tras una faena de cercanías y tres pinchazos.

La corrida de toros de Victoriano del Río fue bastante desrazada -no hubo ninguno que rompió en bravo- y no ayudó al lucimiento de los toreros en lo que suponía un festejo de máxima expectación.

Una tanda de rodillas abrió la fanea de muleta al quinto, el toro al que Roca Rey le cortó una oreja

Una tanda de rodillas abrió la fanea de muleta al quinto, el toro al que Roca Rey le cortó una oreja / Fernando Bustamante

La torería de Aguado

Eso sí, hay que subrayar el sabor antiguo, de sevillanía pura, que tuvo la actuación de Pablo Aguado. Todo lo que hizo atesoró el don de lo aéreo, de la expresión de lo etéreo, el génesis de la torería que acaba siendo el génesis del toreo... el sentido del temple en definitiva. En el tercero, su capote entró en la tarde como un vértigo. Y eso que la resaca de la tarde de Morante de la Puebla todavía estaba latente. Un quite por verónicas y un galleo por chicuelinas fueron para enmancar. Sin olvidar la media verónica extraordinaria. El animal en la muleta duró un suspiro por su falta de fortaleza, pero un molinete lentísimo marcó la diferencia. También su expresión y su temple en la muleta. Y es que Aguado torea a la velocidad del óleo, a una velocidad todavía menor.

En el sexto, caída la noche y casi cumplidas las tres horas de festejo, dibujó una media antológica. Mejor que la que había dejado en el tercero por la torería, aquello que distingue a los toreros del resto de los mortales.

Sebastián Castella tuvo el lote de menos posibilidades y destacó en su faena al cuarto, mirón y con una embestida brusca a la que se impuso con gran mando. Tanto fue así que lo acabó aburriendo y se aculó a tablas. En el primero dejó una buena estocada por ejecución, aunque requirió un golpe de descabello.

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