Valencianeando

Mis cinco horas con unos cruceristas

Un grupo de unos cien turistas se deja unos veinte euros para nuestro PIB en su visita rápida por Ciutat Vella

Un grupo de cruceristas siguen a una guía, en una imagen de archivo.

Un grupo de cruceristas siguen a una guía, en una imagen de archivo. / EDUARDO RIPOLL

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

Por sus promesas, anuncios y fichajes los conoceréis. Un poco más mundano que una plaga bíblica, el carrusel electoral entra en el tiempo de descuento con mi profunda admiración. Con una parte gubernamental fichando a lo ‘operación triunfo’, y la oposición que puede ganar, sumando técnicos de reconocido prestigio, digo de José Luis Moreno, por ejemplo. Con un currículum y gestión cultural que ya quisiera alguna candidata. Pero entre tanto tiro al aire, siempre cae una ave. Por ejemplo, eso de limitar, yo utilizaría organizar, el tráfico de cruceristas. Los veo desde hace mucho por Ciutat Vella, y tengo amigos entre los hosteleros, conocidos entre los comerciantes y saludados en el Mercat Central. Y siempre que preguntaba me decían que lo mejor era incrustarse en uno de esos grupos de turistas antes de opinar. Y eso hice en mi semana de asueto pascuero.

Miércoles, 10.30h.

Llegan dos autobuses del crucero que atracó a las 7.30 h en el Puerto. Los turistas han desayunado en al barco y la mayoría ha cogido la bolsa de pícnic, contenido que llevan en sus mochilas. El grupo es diverso, con mayoría italiana y algunos pensionistas germanos. Les espera una guía con la banderita comercial del crucero en la acera de Blanquerías. En fila india, encaran la primera parada, las Torres de Serrans. En escasos dos minutos, la explicadora se ha fundido siete siglos de la historia de València. Seguimos hasta la plaza Manises, donde la Generalitat pasa a ser el Regional Government Palace. Plaza de la Mare de Déu, Catedral y salida a la Reina donde se hace la primera parada de avituallamiento. Es mediodía, y los cruceristas sacan sus sandwiches y botellines. Algunos los rellenarán en la fuente pública. Seguimos por Santa Catalina, plaza Redonda, Collado y La Llotja. El grupo se ha ido dispersando por el paso rápido y el calor, que ha dejado sin aliento a los teutones más veteranos. Algunos deciden despreciar nuestro gótico y entran directos al Mercat Central. Voy tras ellos.

‘Natural orange juice’.

Los cruceristas cargan sus móviles de fotos, sobre todo en los puestos de fruta y verdura. También en el marisco. Un alemán que sabe castellano se erige en portavoz y pregunta algunos precios. Al final todos van a la parada donde hay vasos de zumo de naranja entre hielo picado con el cartel inglés, indicando el precio: 2’5 euros. Los italianos tratan de regatear y al final solo cuatro turistas compran el ‘natural orange juice’. A las 14,15 todo el grupo debe estar en los escalones de la Llotja. De ahí, vamos por Sant Ferran para salir a Sant Vicent y enfilar la Pau hasta Comedias. Y de allí, plaza Sant Vicent Ferrer, Trinquet de Cavallers, Nàpols i Sicília, Almirall, Almodí, Navellos, Conde de Trénor y de nuevo en Serrans.

‘Low cost’, no lo siguiente.

Suben todos a los autobuses a las 15.30 h y vuelven al Puerto. Han paseado durante cinco horas por el centro de València, y según mis cuentas han dejado 10 euros en el Central y otros diez en una tienda de souvenirs de la Reina especializada en imanes de nevera. Veinte euros, entre el centenar de cruceristas, salen a 0,2 por cabeza. La parte escatológica, mejor ni hablar.

Aire freso en el puerto

Dónde dejan dinero los cruceros es en el obligado canon de atraque que va a la caja de la Autoridad Portuaria. Por eso, y muchas cosas más, es necesaria una colaboración efectiva entre el Puerto y la ciudad. Algo que parece tan obvio ha sido imposible durante el mandato de Aurelio Martínez, instigado por esa minoría del PSPV que actuaba de heredera ilustrada y que anda replegando velas. Joan Calabuig tendrá defectos, pero no es frívolo, ni atrevido y muy contrario al adanismo, por eso su llegada al Puerto significa recuperar el consenso entre una infraestructura básica de desarrollo económico y las medidas de bienestar emanadas desde la corporación municipal. Nunca es tarde, pero Calabuig y Ribó tienen en sus manos reconducir ese tráfico vecinal de vocación marítima. Sus declaraciones favorables a la gestión compartida de La Marina son una bocana de aire que debe continuar con una actuación consensuada para el mejor balcón del Mediterráneo.

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