El lujo de tener un piso en València

* La insuficiente inversión en políticas de vivienda durante años condena ahora a muchas personas a increíbles peregrinajes para encontrar un lugar asequible en el que vivir

El escaparate de una inmobiliaria en Alicante.

El escaparate de una inmobiliaria en Alicante. / David Navarro

Isabel Olmos

Isabel Olmos

Tengo una conocida que se ha divorciado recientemente y busca piso en el que empezar una nueva vida con su hijo pequeño. A esta altura embrionaria del artículo, ustedes estarán ya esbozando una media sonrisa, como mínimo. A lo máximo, una carcajada. No les afeo, en absoluto, su reacción. Mi amiga se enfrenta, todos lo sabemos, a una misión imposible. Lo hemos contado a lo largo de esta semana en las páginas de Levante-EMV. Desesperada, ha agotado todas las páginas web de inmobiliarias de todo tipo de València y ha descartado los puentes tras el anuncio del gobierno local de que los llenará de estanques para evitar pernoctaciones no deseadas. Vivir debajo de un puente -imagen atemorizadora de la cultura popular tradicional como símbolo del fracaso social-, ya no es una opción tampoco en la Capital Verde de tonalidades aguamarinas. Permítanme la ironía.

Mientras agota el café, mi amiga me pregunta, como quien se asoma al abismo: '¿en tu pueblo no hay pisos para alquilar?' A ver, mi pueblo, Torrent, tiene ya 90.000 habitantes así que sufre también las consecuencias de esta crisis de la vivienda como cualquier municipio metropolitano. Precios por las nubes y 'cases de poble' preciosas que se caen a pedazos por el abandono de sus propietarios y la falta de (más) ayudas municipales efectivas. El litoral, sin pisos, ni subvenciones y con superpoblación; el interior, con casas para dar y vender, sin subvenciones y una creciente despoblación.

Sin entrar en un análisis más profundo del desastre al que nos abocamos, no me reprimo a la hora de estirar de las orejas a los políticos - ¡cuánto tiempo desaprovechado, Botànic, cuanto tiempo!- que pudiendo anticiparse a un problema general se han puesto de perfil los últimos años pese al ensordecedor griterío de jóvenes, parejas, separados, mayores, inmigrantes y personas de toda índole y condición que solo ansían una vivienda en la que desarrollar su proyecto de vida.

Y, claro, entre tanta necesidad ya se empiezan a escuchar los primeros cantos de sirena que, en esta tierra siempre empiezan por 'desclasificar huerta' o edificar en 'huerta no protegida'. Ante la falta de ideas, la tierra siempre pierde. Siempre. Cedemos tanto que acabaremos comiendo ladrillos a falta de lechugas y tomates. O pisos turísticos, que para este negocio siempre hay sitio. Y de sobra.