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Manuel Vilas: "Vivir atemorizado por perder la vida, me hizo amarla más que nunca"

El poeta aragonés publica una nueva antología en Lumen titulada "Una sola vida", un poemario que recoge el símbolo urgente del vitalismo que brutalmente rige su pensamiento

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) EFE

La destreza de Manuel Vilas (Barbastro, 1962), sus acordes profusos y poéticos, se nutren de su existencia, de su propio devenir en el día a día. Ahora su obsesión, después de estrenar unos nuevos zapatos de piel -rebajados, claro- busca adquirir un Cartier, uno de los relojes de sus sueños: "Estoy en ello, el tiempo me obsesiona. Los zapatos y los relojes son una forma de vestir con belleza el paso de los años", aclara de entrada. Habla lento, como si la conversación fuera una lenta y minuciosa ceremonia. Que lo es, claro.

Y más si el encuentro es en Villa Amparo, la casa de Antonio Machado en Rocafort, donde acudió a presentar su nueva antología poética Una sola vida (Lumen, 2022).

Precisamente, él exalta con fervor la vida. Y su imagen cinematográfica, con ese lenguaje alegórico de los sentimientos, de la narrativa de la existencia. En él hay un hilo temático sutil que hilvana sus pasiones, esos pequeños placeres que tienen su salida espiritual en la escritura.

¿La poesía es vida?

Me dedico a la literatura por mi vitalismo. Y la poesía me permite exaltar la vida, celebrarla, elevarla, convertirla en algo. Como diría Nietzsche, ponerla más allá del bien y del mal.

¿Cuándo empezó a amar la vida?

Desde siempre, aunque era muy tímido de niño y mi adolescencia, como la de todos, estuvo llena de inseguridades. Pero en esos momentos también amaba la vida.

¿De quién aprendió a amarla?

De mi madre. Ella disfrutaba de la existencia sin grandes lujos. Con el simple hecho de que saliera un buen día con sol y que pudiera pasear, eso ya era fascinante. Por ejemplo, el verano para ella, cualquier día, era maravilloso porque podía tomar el sol y comer fruta. Tenía un sentido de la vida sencillo, pero a la vez profundo. Y me lo transmitió vivamente.

¿Cuál era su idea de felicidad?

La contemplación del mar me traslada ideas filosóficas de gran aliento, me tranquiliza, me serena. Es una criatura enorme que tiene un poder hipnótico. Lo adoro porque lo adoraba mi madre.

Sin embargo, dices en un verso que "el amor eternamente no correspondido es la verdadera poesía".

Lo que quiero decir es que casi siempre hay un desasosiego en alguien que es un gran vitalista. Siempre va a haber un desasosiego que no va a poder colmar su sed de vida.

¿Por qué?

Es imposible aplacar la sed de la vida, lograr ese placer máximo, porque el ser humano no lo consigue nunca.

¿Cómo?

La insaciabilidad es fruto también de nuestra mortalidad. Somos insaciables porque vivimos ilusionados, en una quimera permanente, día a día. Me pasa lo contrario a Walt Whitman, uno de mis referentes en la poesía, porque él se sentía bastante saciado con la vida.

También dice que la historia pasa desapercibida con la bondad, el hecho de ser generoso, la base del amor.

Porque la bondad no tenía argumento desde el punto de vista literario. Cualquier argumento literario se basa en un hecho catastrófico, en la narración de una desgracia, de la injusticia y de la tragedia. La intensidad de contar el drama ya es lo que el escritor quiera trasladar.

Y, como recuerdas, la vida consiste en hundirse.

Sí, la frase es de F. Scott Fitzgerald. Tuve una época de mi vida donde coincidí mucho con lo que él vivió porque yo también bebía. Afortunadamente, hace siete años que lo dejé, pero él murió joven porque tenía un alcoholismo que lo mató. Y yo me sentía un poco consolado en aquella época de mi vida con el caso de F. S. Fitzgerald. La literatura, como está llena de desgracias, enseguida te consuela.

En ese momento, ¿dejó de amar la vida?

Tenía dificultades familiares graves, pero estaba atemorizado por lo que estaba viviendo, sintiendo pánico, porque estaba destruyendo la vida poco a poco. Es decir, vivir atemorizado por perder la vida, me hizo amarla más que nunca.

El escritor Manuel Vilas Levante-EMV

¿Hay que pasar por ese sufrimiento para amar de verdad la vida?

Sí. Yo llegué a la alegría desde el dolor, como en el poema "Alegría" de José Hierro: Llegué por el dolor a la alegría, Supe por el dolor que el alma existe. Por eso titulé así mi novela "Alegría". Una vez has sufrido y has superado ese dolor, llega verdaderamente la alegría.

¿Cómo definiría la alegría?

Es una palabra muy fuerte. La alegría es primitiva, instintiva. Es un sentimiento personal.

La música de Battiato le lleva a sonreírle al mundo.

Esa es mi teoría vital y lo que la alegría consigue. Hay dos sentimientos que son la alegría y la felicidad, que a veces están muy relacionados. La felicidad lleva aparejada el éxito en la vida, la alegría, no.

¿Por qué?

Alguien que ha fracasado en todos sus ámbitos sí que puede ser una persona alegre, porque la alegría es un sentimiento biológico, está al margen de la civilización. La alegría es una adhesión a la vida irracional y no es de carácter social. Ahora persigo aquellas cosas en las que hay un intento de búsqueda de la libertad.

Hábleme de ella.

No he llegado a una certeza, pero sí que en la novela que estoy escribiendo ahora me ronda la cabeza el fantasma de la libertad. Un tema de la historia, de la cultura del siglo XX. Luis Buñuel ya lo trató en una película que, precisamente, se titula El fantasma de la libertad.

También le obsesiona el tiempo.

Los zapatos y los relojes son una forma vestir con belleza el paso de los años, por eso me encantan. Porque tiene que ver en última instancia con la idea de la materia.

¿En qué sentido?

Las palabras no se convierten en materia hasta que se funden en un libro. Por eso, he tenido una especie de relación difícil con mi vocación porque no sabía muy bien a qué me dedicaba por el problema de la fisicidad de la literatura.

Entonces, ¿cuál es su idea de existencia?

Para mí, solo existe aquello que recibe la luz del sol, es decir, aquello que proyecta una sombra. Por eso, mi poesía está llena de objetos materiales como coches, hoteles, casas, ciudades y, sobre todo, personas.

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