Intercambio de golpes y otro año para el olvido (2-2)

El Valencia cierra con un empate en Balaídos otra temporada deprimente, salvada por el compromiso y la identificación de la joven plantilla esculpida por Baraja

Celta -Valencia CF

Celta -Valencia CF / EFE

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Sin emoción, ni tampoco tensión, clasificatoria, Valencia y Celta se regalaron una relajada tarde soleada de intercambio de golpes, con un 2-2 alocado para cerrar una temporada que los aficionados de los dos equipos esperan poder olvidar en el futuro. El equipo de Baraja, que se ha vaciado al límite de su potencial, acaba por segunda campaña consecutiva por debajo de los 50 puntos.

Un síntoma deprimente pese al intachable compromiso de la Quinta del Pipo, pese a despertar un grado de identificación muy puro con la grada de Mestalla. A este base tan sacrificada habrá que alimentarla en el próximo mercado, en el que se verificará si Meriton Holdings cumple las intenciones que traslada por privado. Eso es que los tiempos de sacrificios ya han pasado y que no vamos a un verano de desmantelamiento de la plantilla, en la quinta temporada sin Europa.

La gran novedad de Baraja en el once inicial fue la ruta por la que el Valencia rompió el partido. Escorado a la izquierda, Thierry Rendall a los cinco minutos se marcó la jugada del partido. Subió la banda con la firmeza ambidiestra de Brehme y tuvo la calma final de los carrileros brasileños clásicos. A la potencia del esprint le sumó, cuando pisó área, con una pisadita leve, en una baldosa, para burlar la entrada de Kevin Vázquez. Tití quiso darle el gol hecho a su compatriota André Almeida, pero el tanto fue anotado a Carlos Domínguez, en su intento de interceptar la jugada.

La intrascendencia clasificatoria y el gol a favor le restaron al joven Valencia muchos kilos de presión. Se desplegaba con mucha facilidad al espacio, con superioridad por bandas contra un Celta desorganizado en el repliegue. Hubo dos opciones claras para quedar finiquitada la cuenta, abortadas con polémica. En el minuto 12, un centro de Rendall rematado de primeras al palo contrario por Diego López, fue desviado con la mano por Mingueza. Un penalti bastante evidente, involuntario pero con el brazo extendido, pero que quizá según la penúltima circular de la parte contratante de la primera parte no lo considera pena máxima.

Tampoco hubo penalti a los 20 minutos, en una contra de manual en la que Sergi Canós abrió con astucia a la carrera de Diego López, que entregó el pase de la muerte a Alberto Marí, desequilibrado por su marcador. El Celta, torpe en defensa, se movió con destreza en ataque, sobre todo a partir de la media hora. Primero Douvikas, bastante entonado contra el Valencia, y luego Iago Aspas, con un acrobático remate al palo. Acababa la primera parte con la sospecha que en la reanudación el partido rompería sus recelos tácticos definitivamente, como así sucedió.

A los 50 minutos, Mosquera llegaba unas décimas tarde al encuentro con Swedberg, al que zancadilleó lo suficiente para ser decretado como penalti. Un síntoma del crecimiento de Mamardashvili desde los once metros fue que casi le ataja el disparo a Iago Aspas, que en Balaídos patea los penaltis con la mecánica letal de un tiro libre de Michael Jordan en 1992, le adivinó la intención, desvió el disparo con la manopla derecha, pero el rebote entró a las mallas.

Se abrió del todo el duelo. En el 57 Canós desperdició una llegada clara, sin vigilancia, muy alto. Tres minutos más tarde, Ortiz Arias por fin decretó penalti a favor del Valencia. En la enésima escapada de Thierry, que acabó con los gemelos subidos, servía a Alberto Marí, trabado en su intento de remate. El propio delantero alicantino se encargó de chutar, en la misma portería en la que la temporada pasada marcó en ese estadio el tanto que catapultaba al Valencia a su desesperada permanencia.

Sólo dos minutos le duró la tranquilidad al Valencia. En una transición típicamente celtiña, Iago Aspas vio perfecto el pase al espacio de Douvikas, que cruzó con maestría ante la salida de Mamardashvili. El partido ya entró en un territorio de intercambio de golpes constantes en la que futbolistas incisivos, como Canós, tendrían su oportunidad. El de Nules buscó la escuadra al palo largo de Iván Villar. En el escenario estaba lo suficientemente desordenado para que la entrada de Peter Federico y Javi Guerra, y sobre todo con Hugo Duro, con facilidad de remate, fuese recibida con cierta esperanza.