“Llevo cuatro años de okupa en Peris y Valero. Estoy cansada. No puedo más”

Quienes viven junto a las fincas 100 y 102 de Peris y Valero, ambas en ruinas, llevan varios años describiendo un infierno por culpa de varias decenas de personas instaladas allí de manera ilegal.  Pero los propietarios no son los únicos damnificados. Algunos okupas viven el mismo infierno, pero agravado.

"Llevo 4 años como okupa en Peris y Valero, estoy muy cansada. No puedo más"

J. M. López

Claudio Moreno

Claudio Moreno

Vive en un piso destartalado en una tercera planta sin suministro de agua ni ascensor. Con vecinos que se enfrentan en batallas campales. Que le provocan miedo e insomnio. Luchando a diario contra una grave depresión. Y todavía da «gracias a Dios» por residir en el número 100 de Peris y Valero, una de las fincas más problemáticas de València. Su nombre es Fordui Doina y llegó de Timisoara a València hace 23 años tras perder la casa en su Rumanía natal. Desde entonces ha vivido en una finca en ruinas, en la calle al raso y otra vez en una vivienda de la que no conoce su titularidad. Es lo que se ha dado en llamar «okupa», pero está lejos de encajar en el prejuicio.

La historia de Fordui es noticia porque reside en un lugar que lleva tres años en el ojo de la tormenta. Concretamente, desde que una treintena de personas —la mayoría jóvenes— okupó dos edificios centenarios en riesgo de derrumbe, las puertas 100 y 102 de la arteria que separa Monteolivete de Russafa. Los vecinos de las viviendas colindantes reclaman su derribo porque el lugar se ha convertido en un foco de suciedad e inseguridad, y tanto la propiedad como el ayuntamiento hicieron una cata de la estructura a principios de semana para determinar si procede la demolición.

Fordui Doina en la puerta de la vivienda donde vive como okupa

Fordui Doina en la puerta de la vivienda donde vive como okupa / JM López

Para ello accedieron al piso donde reside Fordui, abrieron un boquete en el techo, analizaron el estado de los materiales y se fueron sin cerrar el agujero. Mientras espera la decisión, esta mujer de 66 años se pregunta. «¿Adónde voy cuando tiren el piso?». No es una pregunta retórica. Es una preocupación sincera producto de la desesperación. Fordui no tiene nada ni a nadie —sus hijos, en Rumanía y Bélgica, desconocen la situación de su madre—, únicamente el té vespertino que le prepara la vecina de abajo y un seguro de decesos para proporcionarse una mínima sensación de control: «Yo quiero morir en València y que nadie pague mi entierro».  

Pero antes de encallar en el pensamiento trágico la mujer saca todos los papeles con sello oficial de los que dispone. La cita del empadronamiento retirado sin mayor explicación. «Necesito volver a empadronarme por la pensión contributiva y el médico de cabecera». Un documento de los Servicios Sociales de Quatre Carreres. El NIE de 2007 que sigue sin proporcionarle la nacionalidad española. Y las recetas para la diabetes, el asma y la pena que arrastra escalera arriba, escalera abajo. 

El boquete abierto para hacer la cata de la estructura del edificio en riesgo de derrumbe

El boquete abierto para hacer la cata de la estructura del edificio en riesgo de derrumbe / JM López

Uno de los problemas de vivir en un piso okupado, narra, es que no tienes agua para ducharte o limpiar en condiciones, con lo que se ve obligada a acarrear garrafas de cinco litros desafiando el desgaste y los achaques. «Llevo cuatro años aquí. Estoy muy cansada. Ya no puedo más. Yo entré en este piso porque me lo cedió una chica rumana, y a ella se lo dejó una española ya fallecida. Pero no quiero estar aquí. Tengo un ingreso mínimo vital con el que podría pagar un alquiler social. Quiero pagar vivienda, luz y agua. Una habitación con cocina y baño, eso es todo lo que necesito», cuenta Fordui, durante muchos años empleada en el campo y de limpiadora, pero a su edad, pese a seguir inscrita en el Servef, ya nadie la contrata.

«Los chicos me dan miedo»

Otro de los problemas de vivir en un edificio okupado, añade, es que algunas personas sí encajan en el prejuicio. «Algunos chicos de las fincas me dan miedo. Son peligrosos. Por la noche suena boom, boom, boom. Todo el rato golpes. Aquí es imposible dormir», relata la mujer, con un candado en la puerta del piso para evitar asaltos y robos. «El edificio es viejo y no se puede vivir en él. Ya lo sé», conviene Fordui con los residentes de la calle Peris y Valero. 

La vivienda de Peros y Valero por dentro

La vivienda de Peros y Valero por dentro / JM López

La queja vecinal es pertinente, de hecho el técnico municipal de Sanidad emitió un dictamen contundente sobre la extrema insalubridad de estos 10 pisos con bajo diáfano. Pero su angustia también lo es: «España me ha ayudado mucho, doy gracias a Dios, pero no tengo fuerzas para seguir. Si me echan de aquí no sé qué puedo hacer. Estoy muy enferma y en la calle no aguantaría».

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