Las Casitas Rosas: de mercado de la droga a “circuito de Fórmula 1”

Vecinos y vecinas de la plaza 7 de Octubre destacan que la rehabilitación ha mejorado la limpieza y disuade a los toxicómanos que acampaban en esta zona abonada al trapicheo

Los residentes reclaman que la nueva explanada también incluya zonas verdes y de juego para los niños

La reforma en las Casitas Rosas reduce el «mercado de la droga»

La reforma en las Casitas Rosas reduce el «mercado de la droga»

Claudio Moreno

Claudio Moreno

La antigua plaza 7 de Octubre de las Casitas Rosas ha dejado paso a una enorme y diáfana rotonda tras una intervención exprés de Urbanismo, que trabaja de manera coordinada con el resto de concejalías para reducir el trapicheo en el llamado «mercado de la droga» de València

Donde antes había una plazoleta en altura con zonas de tierra, rodeada de pilares y circunvalada por una carretera adoquinada, ahora hay una explanada dura de asfalto con una rotonda pintada en el suelo, sin un solo obstáculo a la vista más allá de las palmeras que luchan por sobrevivir. 

Vista anterior de la plaza

Vista anterior de la plaza / Miguel Angel Montesinos

Preguntados por la reforma, media docena de vecinos y vecinas de la plaza reconocen a este periódico que el nuevo diseño está aportando dos soluciones: por un lado -y es perceptible a simple vista- la zona está mucho más limpia; por otro, las personas toxicómanas que acampaban al resguardo de lo que ante era un vertedero han desaparecido, con lo que también se ha visto reducida la venta de droga. 

“Está todo más limpio, tranquilo y controlado por la Policía. La gente ya apenas tira las bolsas de basura por la ventana. Hemos sufrido mucho. Ahora parece que cambia la situación”, resume Leo, un minero rumano que reside en una vivienda social bajo la observación de los Servicios Sociales de Malva-rosa. Leo no quiere contar pero cuenta el drama de su barrio: la droga atrapa como un telaraña. “Yo vivía con mi exnovio. Estuve cuatro años con él sin saber que se consumía cocaína, pero un día vino una vecina consumidora y lo descubrí. Mi ex se fue a vivir con ella”, relata el hombre de 65 años. 

Mientras habla el vecino, dos cosas llaman la atención en las Casitas Rosas. Un furgón de Mercadona reparte la compra con total normalidad y varias patrullas de la Policía Local se turnan para atravesar sin descanso la rotonda y las calles aledañas. Teóricamente es uno de los puntos más conflictivos de València, pero no lo parece. La vigilancia y el urbanismo han apaciguado la plaza 7 de Octubre, llamada así por la gran manifestación contra la droga de 1991. 

“¿Para qué queremos una rotonda?”

“Aquí siempre hay agentes”. Marisol habita con su pareja y sus hijos una casa okupada en el acceso a la rotonda. Coincide con todos los entrevistados en que vivir aquí “es una mierda”, pero sus exiguas ayudas sociales y el trabajo en mercadillos y chatarra de su pareja no les da para alquilar fuera. De momento resisten al cambio de paisaje: “Está todo más limpio y se puede aparcar tranquilamente. Antes en la plaza se ponían los drogadictos donde podían”, reafirma la vecina.  

Vecinas de las Casitas Rosas en el único banco que les han dejado

Vecinas de las Casitas Rosas en el único banco que les han dejado / L-EMV

Más críticas se muestran Alegría y Tamara. Conceden que hay menos suciedad y que se han esfumado los toxicómanos acampados en los puntos ciegos de la plaza, pero “puestos a reformar, ¿por qué no lo hacen mejor”, se preguntan las vecinas de la plaza. “Faltan columpios, una zona verde. ¿Para qué queremos una rotonda aquí dentro?¿Qué sentido tiene?”, insisten. “Esto en verano se convertirá en un circuito de Fórmula 1 y los niños estarán en peligro. Antes jugaban en la plaza, ahora a ver adónde los mandamos”. 

“Que me den la hipoteca en otro sitio”

Para humanizar un poco el gigante patio que se abre frente a sus casas bastaba, opinan, con colorear estratégicamente el centro de la rotonda. Poner un banquito. Darle un uso lúdico. Y de paso adecentar todo el entorno: “Las palmeras necesitan una poda porque están abandonadísimas, casi se nos meten en casa. Las ratas trepan por ellas. Las fachadas de las viviendas se caen a trozos, y el único asiento que nos han dejado –el de la farola en la embocadura de la plaza– también está roto”. 

La dejadez estructural de los bloques es palpable, por eso casi ningún residente de la plaza se opone a una hipotética demolición, siempre que esta conlleve una indemnización a los propietarios y el realojo de los más vulnerables. “Yo pago la hipoteca al banco, que tiren esto y me den la hipoteca en otro sitio”, dice Alegría sin ninguna pena. “Pueden reformar pero no sé si merece la pena arrasarlo”, ataja Francisco Delgado, asiduo de las Casitas durante los últimos 29 años. “Yo por desgracia vivo en la calle y pido para consumo, pero conozco a todo el mundo, mafias y camellos incluidos. Si tienen que tirar que tiren a los okupas enganchados a la luz”, cierra Francisco con un cable enrollado en el brazo y apelando a la tercera vía.

La conselleria cede un local para crear una escuela-taller

La concejala de Servicios Sociales, Marta Torrado, visitó ayer las Casitas Rosas acompañada de Ignacio Grande Ballesteros, secretario autonómico de Familia y Servicios Sociales, Pedro Carceller Icardo, director general de Inclusión y Cooperación al Desarrollo, y varios integrantes de la asociación valenciana Brúfol. 

La reunión sirvió para coordinar la intervención social en esta zona tan castigada y acordar, como primera medida consensuada, la cesión por parte de la conselleria de un comedor social que tiene junto a las viviendas para que la citada asociación monte, con el beneplácito de los Ayuntamiento, una escuela-taller dedicada a las familias de este código postal. 

«El barrio de la Malva-rosa nos estaba pidiendo una intervención inmediata y es lo que hemos hecho desde Urbanismo. Ahora la idea, tal como ha pedido la alcaldesa, es actuar con los Servicios Sociales dentro de las Casitas. Esto lo haremos a través de la nueva sede de Brúfol», explicaba la concejala a Levante-EMV. A partir de ahí las soluciones seguirán siendo sociales, como la creación de un censo de familias vulnerables que se pondrá en común con los datos de la EVHA -de momento tienen 1.000 expedientes abiertos en Servicios Sociales-, una radiografía imprescindible antes de plantear soluciones más drásticas como la demolición de los bloques.