Ágora

Nuevas preguntas para relanzar la Memoria Democrática

Natàlia Enguix

Natàlia Enguix

Cada nueva generación tiene sus propias preguntas. Renovadas, provocadoras de terremotos, razones de nuevas investigaciones y también de nuevos descubrimientos. Cada generación abre una nueva brecha, cada nueva generación padece un dolor y lo transforma en una lucha. La escritora sobre biopolítica Clara Valverde ya nos desveló en su elocuente Desenterrar las palabras que el trauma por la violencia política se transmite de forma transgeneracional y sus efectos interfieren en personas que, sin saberlo, se ven afectadas por síntomas como la polarización, la vergüenza, el victimismo, la venganza o el miedo a denunciar el poder. El trauma viaja silencioso. En casa, en las ausencias, en los murmullos. Durante una época fue evidente. La dictadura imponía. Ahora, en democracia, lo es menos. Pero sigue. Mientras el trauma no sea afrontado y la sociedad acompañe, el dolor sigue. Indetectable, peligroso, dañino.

El Área de Memoria Democrática de la Diputación de Valencia que tengo la suerte de dirigir lleva ya años desarrollando un hercúleo trabajo para desenmarañar dicho trauma y cuidar a las familias. Para desenterrar el olvido y debatir sobre las víctimas. Para dialogar sobre la represión y denunciar la impunidad. En esta nueva legislatura hemos empezado un camino nuevo que hereda el trabajo bien hecho pero también cuenta con nuevas ideas para hacer de la Memoria Democrática un eje central de la política provincial, convirtiendo el área, además, en un referente dentro de la recuperación de la memoria en el ámbito español.

Para ello es necesario seguir nutriendo líneas que han fructificado en políticas concretas en los últimos años pero también es vital que aparezcan nuevas voces (de nuevas generaciones pero no obligatoriamente) que ofrezcan nuevos retos a través de nuevas preguntas y que permitan volver a mirar al pasado para seguir con la justicia social por bandera. Porque un trauma afecta a media España y, casi noventa años después de la guerra, dicho dolor no ha encontrado la medicina social de la memoria consensuada, de la convicción colectiva reparadora.

Mucho se ha hecho pero demasiado queda por hacer y el silencio es una ofensa porque los años pesan y acaban con las débiles esperanzas de quienes esperan desde hace demasiado. El silencio roba incluso la condición de posibilidad. Y nunca olvidemos que la democracia va sujeta a la rehabilitación de las víctimas. En las nuevas propuestas a las que me refiero (y a las que me dirijo) habrá siempre, pegada, una refutación de lo no conseguido por nosotros y los que nos precedieron. Pero no tenemos miedo a la crítica, pues nos mueve un fin mayor.

La memoria colectiva es, en cierto modo, una forma de consenso social en el que se comparten narraciones sobre el pasado vivido conjuntamente. Un pasado que es a menudo adánico, razón del pacto de convivencia futura. Y es que la memoria continúa sirviendo al presente y desde él se engarza. Pero es también (quizá sobre todo) una herramienta cargada de futuro. Este fin de semana tenemos una nueva ocasión para ofrecerle futuro al pasado. Se recuerda en Xàtiva el bombardeo fascista que causó tantas muertes y marcó a varias generaciones. Las nuevas, las de ahora, la de los jóvenes, tiene una ocasión de oro para comprender en qué se convierte el mundo si falla la política. En el horror y la muerte.

Rilke dirá que padecemos una vida siempre en despedida y cuesta concebir que te prohíban lanzarle un último adiós a un padre, a un tío, a una madre. La recuperación de los cuerpos todavía sin identificar es una máxima innegociable para Memoria Democrática de la Diputación de Valencia. Pero vamos mucho más allá porque entendemos que no existe forma más eficaz de acción política que la educación. Aunque los frutos se recojan en años, quizá en décadas. Es una de las pocas herramientas eficaces contra una sociedad actual de satisfacción inmediata y amnésica, de producto acelerado y caduco. La memoria, contra ello, aporta distancia, reposo y respeto.

Mnemósine, la memoria, no era un personaje menor para los griegos y las griegas. Era madre de todas las musas. No hay identidad personal sin memoria. No hay identidad colectiva sin memoria consensuada. Y sin identidad no hay pertenencia. La memoria nos permite enlazar con la herencia y seguir creciendo a partir del excedente intelectual y experimental de las generaciones pasadas. No puede ni debe existir un salto, una ruptura, y para ello es absolutamente necesario el trabajo memorialista. Para conectar, para heredar, para crecer, para reparar.

Tiempo, por todo ello, para nuevas preguntas. También para interrogarnos con las cuestiones de siempre y buscar nuevas respuestas. Porque mucho ha cambiado en el presente y debemos interpelar de nuevo al pasado. En el Área de Memoria Democrática de la Diputación de Valencia estas preguntas son sinónimo de ánimo renovado por el trabajo.