Opinión | A vuelapluma

Cosas de las que no escribiría en Gaza

Destrucción y masacre en Gaza

Destrucción y masacre en Gaza / Dawood / Xinhua News / ContactoPhoto

¿Qué escribiría si estuviera ahora en Gaza? La pregunta me persigue desde hace semanas. Esta vez me asalta mientras un viejo llora ante la cámara al intentar explicar desde un nuevo campamento de refugiados todo lo perdido, la última huida después de que ya lo sacarán de su casa siendo casi un niño. Aún guarda las llaves de aquel lugar, que hoy será ceniza. Nacer en qué parte del mundo te asegura una percepción más cercana de la inestabilidad de la vida. La dentadura negra y escasa del viejo también enseña que pobreza e inseguridad suelen viajar juntas.

Escribo mientras escucho a los primeros mirlos del día, cuando aún no ha salido el sol. Marcan territorio. En algún lugar leí que lo hacen temprano porque necesitan que sus cantos se oigan y buscan las horas de menor ruido ambiental, antes de que la plaza se pueble de gente y aparezcan los primeros coches con los niños a los que empaquetar en la guardería. A esa hora suelen aparecer los vencejos con sus revueltas incesantes alrededor de la casa, aves siempre en movimiento, como todos, aunque nos parezca que nuestro mundo es estable. Seguro que no escribiría de mirlos, vencejos y autillos si estuviera ahora entre alguna ruina en Gaza.

O si estuviera en Jarkov, donde vuelve a llover bombas. En una esquina de la habitación donde escribo ha quedado la vieja maleta que traía Dima. Aún lleva la tarjeta con su nombre en un alfabeto extraño. Posiblemente ahora esté oyendo alguna bomba caer desde su casa. Al menos sabemos que está bien. «Los bombardeos se han vuelto más frecuentes. Esperamos que la ciudad no sea tomada. El ejército ruso vuelve a intentar romper las defensas y destruye e intimida con las bombas». La madre escribe con la calma que da haberse acostumbrado a escuchar explosiones y no a mirlos.

Los lugares de identidad compleja, con más de un alma, son los más atractivos y también los más fáciles al conflicto. «Me siento afín a la identidad compleja», decía el escritor y político Michael Ignatieff esta semana, antes de obtener el Premio Princesa de Asturias, cuando le preguntaban por Cataluña. Un canadiense siempre es más sensible a esta vivencia de navegar entre dos culturas, dos lenguas, y la urgencia absurda en algunos momentos históricos de que te intenten hacer elegir entre una y otra. Sentir apego por una cultura y no querer romper con la otra, con la que convives por las razones históricas que sean, más o menos violentas, más o menos preñadas de injusticia. Es lo más claro que han dicho las urnas este domingo en Cataluña: alejarse de unitarismos, quedarse con la complejidad, rechazar que alguien pueda obligar a elegir. Apartar odios nacionales.

Ignatieff es un perdedor de la política. Un fracasado que busco su forma de ganar. Leí Fuego y cenizas hace unos años. El fuego es el poder que persiguió y las cenizas son lo que quedó de las esperanzas. Me quedo con la invitación a políticos y periodistas a no dejarse llevar por las corrientes dominantes, a no dimitir de pensar. Me quedo con la llamada a huir de los bandos. Recuerdo que Ignatieff lamentaba la ausencia de discursos destinados a persuadir, todos son una repetición de la consigna del bando propio. Casi siempre. Para avanzar deberíamos quemar los argumentarios, esos que los comités centrales de los partidos envían a los suyos todas las mañanas.

En esas seguimos. Con el peligro más próximo de los que utilizan la democracia para desmantelarla. La lista de nombres propios en el mundo es larga. Y cercana. Esa es la novedad. Desde Rusia a la India. Desde Hungría a Venezuela. La democracia es un modelo para canalizar la convivencia de sociedades complejas. Hoy es tendencia la unicidad, el pensamiento de única dirección sobre una democracia de baja intensidad, un teatrillo con urnas y papeletas.

Me piden que escriba conceptos (en una palabra) para definir este tiempo. Preciso: mi tiempo. Insatisfacción, aceleración, agitación, crispación, desencanto… Paro. Me doy cuenta que son todos negativos y que podría escribir los antónimos y también serían válidos. Hay momentos (muchos) de gozo, sosiego, remanso e ilusión. Quizá la novedad es la velocidad con la que cruzamos de una acera a otra, la montaña rusa de cada día. Quizá por eso nos atrae lo más simple, lo unívoco, en las estructuras de organización política.

Frente a ello, creo que conviene cuidar todo aquello que favorezca la complejidad. Perdonen que les hable de algo próximo y que está a años luz de las tragedias de Gaza y Jarkov. Algo cercano y con una parte cómica. En estos días ha sido objeto de escarnio que Renfe haya difundido la conexión por AVE entre Murcia y Málaga, disponible a partir de junio. Conexión pasando por Madrid, seis horas a 300 kilómetros por hora (o casi) para juntar dos ciudades que en el mapa no están tan lejos (a 400 kilómetros). El sinsentido ha llevado a la mofa popular.

El sinsentido ha aflorado la evidencia: somos un país cortado en cuñas porque todo parte de un centro que une todas las líneas. Por eso la importancia (y la dificultad) del corredor mediterráneo. Porque rompe con lo que se ha instaurado como natural. Por eso es bastante más que un plan económico y empresarial para trasladar más eficazmente las mercancías hacia Europa. El corredor es el gran proyecto de infraestructuras contra un plan de España atascado. Es un proyecto a favor de la complejidad del territorio, en contra de la identidad de país que emana del centro, con la superioridad emocional y las injusticias económicas que ese modelo implica. Hay algo más que dinero detrás de esta historia de traviesas y vías de ancho europeo. Cuando surjan trabas, piensen también en esa mirada.

Sé que en Gaza no estaría hablando de mapas ni de trenes. Sé que mi dentadura tendría otro aspecto. Sé que mi piel tendría otro color. Sé que mis ojos esconderían tragedias más crueles. Pero aún creo en el poder contagioso del progreso, en la capacidad paliativa de la solidaridad y, sobre todo, de expandir esperanza. Por eso hay que continuar hablando de Gaza, huyendo de maximalismos (ni Palestina es Hamás ni Israel es su gobierno actual), no dejando que nos confundan, y hablando de Jarkov y los tiranos que amenazan Europa.