El lado más oscuro del canónigo

El asesinato del cura Alfonso López Benito, instructor de la causa de 250 mártires de la Guerra Civil, ha sacado a la luz su hábito de llevar al piso del Arzobispado en el que vivía a hombres sin hogar a quienes pagaba a cambio de relaciones sexuales

El lado más oscuro de "Don Alfonso", el canónigo asesinado en València

El lado más oscuro de "Don Alfonso", el canónigo asesinado en València / AVAN / A. Sáiz

Teresa Domínguez

Teresa Domínguez

"El ángel del señor anunció a María". Ese 23 de enero, faltaba menos de una hora para que las paredes del palacio arzobispal de València escucharan, como cada día, la oración del Ángelus cuando la noticia sacudió a los máximos representantes de la Iglesia católica valenciana. La nueva, sin embargo, nada tenía que ver con la Anunciación mariana. El canónigo emérito de la catedral de València Alfonso Benito López, elevado a ese importante cargo del cabildo de la diócesis valenciana en septiembre de 2015 por el entones arzobispo, el cardenal Antonio Cañizares, había sido encontrado asesinado en el piso propiedad de la institución en el quinto piso del edificio del número 22 de la calle Avellanas, a una calzada de las ventanas del lateral derecho de la sede episcopal.

Era solo el principio de la pesadilla que ha vivido la cúpula de la Iglesia católica valenciana esta semana larga. La descripción del hombre piadoso y solidario, devoto del Derecho Canónico y fundador del movimiento ‘scout’ en sus tiempos en Maristas se sostuvo apenas unas horas. Las que tardó en trascender el lado más oscuro de un sacerdote que, pese a ser la víctima de un asesinato, ha terminado propiciando un comunicado del Arzobispado en el que la cúpula eclesiástica valenciana se desvincula por completo de uno de sus prohombres y habla, a partes iguales, del "dolor de los feligreses y los presbíteros" y del "escándalo" de unos actos protagonizados por quien se saltó los mandatos más básicos asumidos en la ordenación sacerdotal, celebrada, en su caso, en el 69.

Levante-EMV recogió, desde el primer día, la hipótesis principal barajada por el grupo de Homicidios de la Policía Nacional: que el asesinato de "Don Alfonso", como seguían llamándole en esas primeras horas los más adeptos, tenía relación directa con su afición menos cristiana, llevarse a casa a hombres jóvenes, de entre 25 y 40 años –el tenía 80–, en situación de exclusión social y económica (extranjeros en situación irregular, sin hogar, sin trabajo y sin dinero, con discapacidad, aparcacoches,...) con quienes mantenía relaciones sexuales a cambio de dinero. Eso, a quienes pagaba, algo que, quienes le conocían bien, afirman que no siempre hacía. Que escatimaba. Pero también lo contrario: su ‘asistente’ personal, chófer, guardaespaldas y hasta manitas, un hombre rumano al que conoció en 2012, afirmó a la Policía que, en ocasiones, le había confesado que les pagaba entre 200 y 300 euros.

Asfixiado en la cama

El sacerdote fue encontrado muerto, con signos evidentes de asfixia mecánica –heridas y sangre en torno a la boca y la nariz, dentro de su cama, a las 11.10 horas de ese 23 de enero. Estaba casi desnudo, vestido solo con un calzoncillo, tapado hasta la cintura con una colcha. Bajo el cuello, un trapo de cocina que fue usado, casi con toda seguridad, en el mecanismo homicida. La puerta no estaba forzada, las luces, apagadas y la calefacción, funcionando a todo gas. No había termostato y nadie la había apagado.

Todo aparecía en orden  (incluso la vajilla estaba lavada y seca ya en el escurreplatos) y limpio. No había señales de que alguien hubiese hurgado en busca de dinero o bienes. Pero faltaba el móvil del cura.

Y alguien lo estaba usando. Esa mañana, a las 9.49 horas, un falso Alfonso, que en ese momento llevaba al menos 24 horas muerto, enviaba un extraño mensaje al portero de la finca: "Miguel el próximo fin de semana iré a Valencia". Le resultó raro por la forma de escribir, pero no desconfió. Hasta que llegó un amigo del cura, compañero de la carrera de Derecho, con quien había quedado para que le ayudara a ordenar papeles y tirar los viejos, diciendo que había quedado con Alfonso y que no le respondía.

Entraron en el piso con la copia de las llaves del conserje y lo encontraron muerto en su cama, bocarriba y con marcas sanguinolentas en la cara. El susto se tornó en terror cuando, al llegar al rellano, recibieron el segundo mensaje desde ese teléfono. El wasap aún era más oscuro; literalmente rezaba "Miguel paso algo estoy ocupado".

Eran las 11.15 horas del martes, 23 de enero. Primero llamaron al 112 y, justo después, al palacio arzobispal. La convulsión previa al Ángelus.

Apenas 27 horas más tarde, el grupo de Homicidios detenía en el Hostal Abastos, a 300 metros de la comisaría con la que comparte nombre y a 550 de la Jefatura Superior de Policía que alberga la sede del grupo de Homicidios, cuatro agentes de ese equipo apresaban a Miguel V. N., de 40 años.

Detenido a las 24 horas

Uno de esos "jóvenes necesitados" a quienes el cura captaba en la calle para llevárselos a casa y mantener relaciones sexuales con ellas. En su poder estaban el móvil del cura y las dos tarjetas, una de la entidad bancaria Cajamar y la otra, de El Corte Inglés, con las que gastó 2.327 euros (1.800 euros en extracciones en dos cajeros y el resto, en ropa y comida y bebidas en bares del montón). Tres días después, el juez de guardia lo enviaba a prisión.

Parecía un buen día para la familia de la Iglesia, pero lo peor estaba por llegar. En los días siguientes, trascendió ese lado oscuro que llevó al clérigo a coquetear con el riesgo. Miguel V. N. no era, ni mucho menos, una excepción.

El portero de la finca, el gestor cultural de la catedral, el vicario general, el ‘asistente’ y hasta el guardia del parking donde tenía plaza para su Opel Karl habían desfilado por el despacho de Homicidios. Y todos desgranaron cuanto sabían de las andanzas de la víctima al margen de los votos del sacerdocio.

Este diario ha revelado, por ejemplo, que se trajo de una ciudad a 700 kilómetros de València a un joven de 34 años con una discapacidad del 43 % para tenerlo, previo pago de 55 euros, dos días completo en su piso de la calle Avellanas. Y que practicó sexo con él. Lo declaró la propia víctima a los investigadores. También, que estuvo con él hasta muy poco antes de su asesinato.

Hasta un apartamento del Perelló

No es el único dato escandaloso, por usar la terminología del Arzobispado, que ahora se refugia en que nunca conoció la dimensión real de los actos de uno de sus mayores expertos en cuestiones legales y el instructor de 250 causas para beatificar a los llamados mártires de la Guerra Civil. Vecinos y allegados han declarado ante la Policía que esa práctica de llevar a chicos jóvenes a casa para mantener relaciones sexuales datan de hace al menos década y media, que siempre buscaba en entornos de vulnerabilidad extrema y precariedad absoluta y que nada tenían que ver con su explicación de que los recogía para darles un techo y comida.

Por esa vía, la de sus allegados, se supo que el canónigo disponía de un apartamento en el Perellóque le costó 130.000 euros hace unos tres años, ubicado en tercera línea de playa y que le servía de picadero para llevarse a algunos de esos hombres «necesitados». Entre ellos, al ahora encarcelado por su muerte. También quiso llevarse a ese nido al joven con discapacidad, pero le salieron mal los planes, cuando su asistente se negó a hacerle de chófer esos días.

La larga lista de hombres, que el ‘asistente’ con labores de guardaespaldas llega a cifrar en "más de 30", que él haya conocido, se pierde en el tiempo. Este periódico ha constatado incidentes con algunos de ellos que datan hasta de 2010.

Un entierro invisible

El escándalo ha alcanzado tal dimensión que el Arzobispado dejó caer al canónigo definitivamente el pasado miércoles, con la publicación de ese comunicado. También con el sepelio. Pese a ser una figura importante de la Iglesia, su funeral se ha celebrado en una intimidad que roza la clandestinidad. Fue el pasado miércoles. También. Con sepelio en el cementerio General de València.

Y la investigación judicial aún no ha concluido. Tampoco la policial. De momento, falta conocer el contenido de los siete pendrives intervenidos en el escritorio personal de Alfonso López y el de los tres teléfonos intervenidos, dos de ellos del cura. El más antiguo, un Oppo, estaba dentro de la capilla que tenía en una de las estancias, cerrada con llave, dotada hasta de un relicario con reliquias y un reclinatorio dirigido hacia ellas.

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