Narcomasacre en el Saler: ¿Quién pagó las balas que mataron al último Vega Daza?

Muchos datos apuntan a que los sicarios que acribillaron de 15 tiros a los tres colombianos en la Gola de Pujol fueron contratados por el capo que exterminó a la familia de Beto en Barranquilla, pero la Guardia Civil explora más candidatos

Agentes de Criminalística y el forense proceden al levantamiento de uno de los cadáveres del triple crimen del Saler

Ignacio Cabanes

Teresa Domínguez

Teresa Domínguez

Eran las nueve y cuarto de la noche del martes, 27 de febrero. La paz parecía reinar en los bloques de Aparejadores, en el Saler, al sur de València, agitados desde hacía semanas por la inquietud de que uno de sus vecinos estuviera detrás de la casi veintena de incendios que están dejando negros los bosques protegidos que los rodean. Nadie escuchó nada. O eso dijeron. Pero, de pronto, una vecina encontró los cadáveres ensangrentados de tres hombres acribillados junto a un coche con las puertas abiertas.

Fue una de las residentes de la torre 7, un remanso de paz a esas horas del día y en ese día de la semana, quien al volver a casa se topó en el aparcamiento con una escena propia de la última de mafiosos de Netflix: un hombre yacía tirado a lo largo de la defensa trasera de un Volkswagen Passat, las dos puertas delanteras abiertas; al pie de la del conductor, otro hombre, caído sobre su propia sangre; en el asiento trasero, un tercero, frito a tiros como los otros dos. 

Entonces, ella no lo sabía, pero tenía ante sí el cadáver de uno de los narcos del norte de Colombia más buscados por sus enemigos, Roberto Carlos Vega Daz,alias Beto, el último superviviente del clan costeño de los Vega Daza. Junto a él, los cuerpos de sus dos compinches: Harold J. R. y José S. L., barranquilleros como su jefe.

Guerra sin cuartel

Donde sí lo sabían era allí, en Barranquilla, la capital del departamento colombiano de Atlántico, en la costa caribeña, ciudad sumida desde hace unos años en una violenta y mortífera guerra de narcos que luchan a golpe de cadáver por un territorio que dejó huérfano primero la caída del cártel de la Costa y luego, desde que comenzó el siglo, los paramilitares que acabaron quedándose el lucrativo negocio del narco para financiarse.

Casi a la misma hora en que caían cosidos a tiros en la Gola de Pujol el último de los Vega Daza y sus dos compinches, un encapuchado pintaba con un bote de espray rojo cuatro palabras en la entrada de coches de la mansión de la familia del muerto, allá en Barranquilla, a 8.000 kilómetros de distancia. «Game over Los Vega». Se terminó el juego para los Vega. 

De fondo, el cielo se iluminaba con un hermoso castillo de fuegos artificiales, dicen que pagados por los enemigos de Beto, que celebraban su muerte cuando la Guardia Civil apenas acababa de llegar al aparcamiento donde yacían los cuerpos, al pie del bloque 7 de la Gola de Pujol. Los autores del triple crimen, probablemente dos, habían acribillado a sus víctimas con al menos una quincena de disparos, dice el informe preliminar de la autopsia.

El grupo de Homicidios de la Guardia Civil de València ha asumido la investigación, que lleva en el más absoluto de los hermetismos, porque cualquier pequeño detalle que sale a la luz en la prensa valenciana tiene amplificador inmediato en Colombia. Y no interesa. Aunque aun es pronto para decirlo con certeza, hay muchas posibilidades de que las balas llegaran encargadas desde allá.

Así, el triple crimen, que Levante-EMV adelantó en exclusiva esa misma noche, parece ser el último episodio, por ahora, de esa guerra entre clanes de la costa norte de Colombia que tiene su antecedente inmediato en el exterminio de los varones del clan Vega Daza, el 29 de junio del año pasado, en Villa Campestre, muy cerca de Barranquilla, en esa mansión en cuyo portón escribieron el famoso «Game over Los Vega».

Salvado por un vaso de agua

Sicarios que fueron relacionados con el clan de Los Costeños habrían sido los autores materiales de los asesinatos con fusiles de asalto y munición de guerra del padre de Beto, Julio Vega Cuello (‘Kike’ Vega) y de sus hermanos Ray Jesús y Ronald Iván Vega Daza. Los cuerpos tenían 36 impactos de bala del calibre 5.56 mm. Roberto Carlos sufrió heridas, pero sobrevivió. El azar quiso que, en el momento justo en que los verdugos entraban abriendo fuego, Beto se hubiera levantado de la mesa de la terraza y entrado a la casa para beber agua. En la mesa solo había alcohol. 

Era la segunda vez que esquivaba la muerte. El 14 de junio de 2018, había sido atacado en un centro comercial de las afueras de Barranquilla cuando estaba con uno de sus hermanos. Ambos acabaron abatiendo a tiros al sicario que abrió fuego sobre ellos. Pero Beto recibió una bala. Él presumía de que ese día estuvo 35 segundos muerto. Fue la primera vez.

Tras la masacre de Villa Campestre del año pasado, en la que los sicarios mantuvieron bajo vigilancia con drones y sistemas electrónico a los Vega Daza durante un mes desde una carísima mansión próxima que alquilaron pagando una fuerte suma por adelantado, Beto desapareció. Se mantuvo escondido en la Guajira, de donde era original la familia, para pasar luego a Maracaibo, al otro lado de la frontera venezolana. Parece que fue allí donde consiguió un pasaporte falso a nombre de Janer Villalobos, afirman medios colombianos. Desde Maracaibo pasó, posiblemente en noviembre, a Panamá, donde su familia presuntamente tenía aliados en el negocio del tráfico de cocaína a gran escala.

Después, el salto a Europa. Unas fuentes (periodísticas) lo sitúan directamente en Madrid y otras afirman que habría pasado antes por Italia y Albania. 

Los nuevos amigos de Vega

Sí parece haber coincidencia en que habría buscado alianzas con clanes albaneses del llamado cartel de los Balcanes, que no solo se ha hecho con el negocio de la distribución de los cargamentos que llegan por mar desde Suramérica –hay una fuerte sobreproducción en origen desde hace años por distintas razones–, sino que además se estarían intentando hacer con parte del negocio en el centro y en el sur de Colombia.

Algunas malas lenguas relacionan la narcomasacre del Saler precisamente con esas alianzas. Pero, ¿qué ha podido hacerle a los albaneses en el poco tiempo que lleva en Europa como para merecer esa muerte? ¿O el mal venía de atrás?

Esas maledicencias incluyen otra incógnita en la ecuación: unos supuestos traficantes marroquíes y la desaparición de un importante cargamento de cocaína. Extraña asociación. Así ha aparecido en varios medios de comunicación colombianos, noticias que los grupos antinarcóticos de la Policía y de la Guardia Civil no es que pongan en cuarentena. es que directamente lo desmienten. No hay constancia de organizaciones marroquíes en el negocio del polvo blanco colombiano.

Los medios colombianos identifican al narco Roberto Vega Daza (izda.) como uno de los asesinados en el Saler.

Los medios colombianos identifican al narco Roberto Vega Daza (izda.) como uno de los asesinados en el Saler. / L-EMV

Sea como fuere, el número de candidatos en la lista de sospechosos de grupo de Homicidios de la Guardia Civi es larga y variada. El modo en que mataron a Roberto Carlos Vega Daza, el último heredero vivo del clan hasta ese martes 27 de febrero, y a sus dos socios, Harold J. R. y José S. L., tan inhabitual en España, respalda la teoría de que tras los asesinatos está Álvaro Luis Ospino, La Negra Dominga, líder de un poderoso clan de narcos venezolanos.

El juramento de La Negra

La Negra se la juró a los Vega tras el asesinato de un sobrino suyo, Johnatan, su preferido, durante la fiesta de cumpleaños del joven, que tenía 21 años, en 2019. 

Era una macrofiesta en la que no faltaba nadie que fuese alguien en el narcotráfico costeño. Dicen que por un error, pero otros que sieguiendo órdenes de Roberto Carlos, un escolta de los Vega, empezó a disparar en plena celebración, matando a Jonathan en el acto. Los Vega Daza tuvieron que salir huyendo en su vehículo blindado, mientras los anfitriones dejaban la chapa del coche llena de impactos. La Negra juro venganza a gritos. Lo hizo delante de todos sus invitados. 

Primero, la masacre de Villa Campestre, en la exclusiva zona de North Frontier del municipio de Puerto Colombia, 30 kilómetros al oeste de Barranquilla. En el Saler, simplemente habría acabado lo que empezó en Villa Campestre, tras localizar al fugado Beto ocho meses después de aquello.

Sin embargo, aún es pronto para determinar la autoría. Incluso para decantarse por una única hipótesis. De momento, los agentes de Homicidios han empezado a buscar cámaras de seguridad que pudiesen haber grabado la llegada y la huida de los criminales, para lo cual han abierto el radio, ya que en el parque natural de l’Albufera no existen sistemas de grabación, pero sí en las carreteras de acceso a las torres de Aparejadores donde fueron acribillados Vega Daza y sus socios. No es el único método de rastreo de los sicarios que han activado los investigadores.

Según las fuentes consultadas por este diario, es precisamente Roberto Carlos, quien más impactos de bala presentaba –entre 7 y 9, según distintas fuentes–, lo que refrenda que él era el objetivo principal de los asesinos. Parece que es el único que tenía un tiro en la cabeza. Los autores del tiroteo, que no fue escuchado por los vecinos pese a la cercanía del edificio, ni siquiera recogieron los casquillos. Al parecer, todos los disparos impactaron en los cuerpos, menos uno que lo hizo en una de las puertas traseras.

El equipo de Criminalística de la Guardia Civil examina el coche del triple crimen del Saler

Guardia Civil

¿Quién pagó el plomo de Beto?

Todo apunta a que los asesinos tenían bajo vigilancia a sus objetivos y controlados sus movimientos. Al parecer, Beto y sus socios iban a una reunión en uno de los pisos de la torre 7 de Aparejadores que habían alquilado hacía apenas un par de meses para ese fin, pero donde, dicen los vecinos, no vivía nadie de seguido. Una reunión de la que ahora Homicidios intenta averiguar el orden del día. ¿Cerrar un nuevo trato? ¿Dar explicaciones por un cargamento, entre comillas, ‘perdido’? ¿O simplemente fue una reunión trampa que alguien le sirvió en bandeja a la Negra Dominga a cambio de un buen puñado de plata?

Lo cierto es que finalmente a Roberto Carlos le llegó el plomo prometido: murió, como su padre y sus hermanos, acribillado a tiros y al pie de un mar, pero otro, el Mediterráneo, mucho más lejano y, habitualmente menos agitado, que el Caribe que le vio nacer y crecer.