Oficios

Los últimos porteros de València que dan la batalla a la tecnología

A penas queda un puñado de porteros y conserjes en las fincas del centro de la ciudad, donde viven familias de clase alta, la mayoría han sido sustituidos por videoporteros

Gonzalo Sánchez

Gonzalo Sánchez

Voro nació en una vivienda de portero en València. Su padre ejerció el oficio toda la vida en una finca de la calle Jorge Juan, y cuando se jubiló, empezó su hijo Voro, con 27 años. Desde entonces ahí sigue, lleva 34 años ejerciendo este oficio del que solo quedan ya un puñado de trabajadores.

Voro es conserje, no portero como su padre. Es distinto porque los porteros viven en la propia finca, y los conserjes vienen a realizar su jornada laboral. Él vivió una temporada en esa pequeña vivienda en la azotea que casi parece un palomar, pero cuando tuvo dos hijos decidió mudarse a un sitio mejor.

José Arocas, en cambio, sí que es portero. Después de 40 años trabajando de camarero en la mítica cafetería Aquarium se quedó sin trabajo, pero un cliente habitual le contactó porque había un puesto libre en su portería. La condición es que tenía que vivir en un piso en la misma finca.

Luis Ruiz, conserje de una finca en la Gran Vía Marqués del Turia.

Luis Ruiz, conserje de una finca en la Gran Vía Marqués del Turia. / Gonzalo Sánchez

José aceptó y está muy contento. Tiene 60 años, pero dice que se ve trabajando ahí hasta los 70. Al llegar se le puede ver leyendo el periódico en su garita en el recibidor de una finca preciosa, de puertas y techos altos, al estilo de la burguesía valenciana.

José, Luis, Voro, Marisa o Michael, son una expecie en extinción. "El día que nosotros nos jubilemos ya no habrá nadie", cuenta Luis Ruiz, conserje en una finca de la Gran Vía Marqués del Turia. Él también ayudó a apagar un fuego, como el conserje de Campanar, cuando un cable se sobrecalentó y prendió en la azotea. "Si no llega a ser por mí la cosa habría ido a mayores", cuenta.

Marisa, conserje en una finca de la Gran Vía Marqués del Turia de València.

Marisa, conserje en una finca de la Gran Vía Marqués del Turia de València. / Gonzalo Sánchez

Sustituídos por máquinas

Pero estos casos son ya anecdóticos en la València de 2024, donde prácticamente todas las fincas tienen videoportero automático. Hace décadas la función del conserje era mucho más común, ahora solo quedan los que salvaguardan fincas de clase alta en zonas céntricas de la ciudad, como los alrededores de la calle Colón o la Avenida del Oeste.

Aún así, consideran que realizan un trabajo esencial. "Somos los ojos de los propietarios cuando no están, alguien de total confianza", explica. Más aún en este tipo de fincas, donde raramente viven sus dueños, sino que alquilan los pisos. "Nosotros nos encargamos de todo y estamos pendientes por si pasa cualquier cosa, para que se la podamos decir a los dueños", cuenta Marisa.

Luis Ruiz es otro de los que lleva toda una vida en la portería. O mejor dicho, casi toda, en su otra vida, a los 14 años, trabajaba en el campo para el dueño de la finca. Después ese hombre le ofreció el trabajo de portero, bien joven, y desde entonces está allí guardando la puerta por la que cada día suben empleadas domésticas, mayordomos, sirvientes, y por supuesto los vecinos.

José, en su garita de portero en la calle Jorge Juan de València.

José, en su garita de portero en la calle Jorge Juan de València. / Gonzalo Sánchez

Paquetes, fregonas y tiempos muertos

"El día a día es muy rutinario. Las mañanas son más movidas porque hay más trasiego de gente y llegan paquetes, pero las tardes se hacen más largas", cuenta Michael, conserje en una finca pegada a la calle Colón. Estudia Criminología y aprovecha esos ratos para repasar o leer.

Ser conserje no es un mal trabajo y tampoco se cobra mal. Michael explica que tiene como responsabilidades la limpieza y mantenimiento de la caldera o la limpieza de la finca. Según el convenio del gremio, se gana más cuantos más ascensores tenga la finca.

Una de las cosas que ha propiciado la desaparición de los porteros son las viviendas que tenían antes las fincas (declaradas inhabitables por la ley). Muy pocas personas aceptan ya vivir en su lugar de trabajo y prefieren tener el domicilio fuera. "Yo vivo a 10 minutos y podría estar para una emergencia, pero no me gustaría vivir aquí", dice Michael.

El control de acceso es otra de las tareas que tienen que realizar estos profesionales. Por el tipo de fincas en el que trabajan es habitual que haya turistas que se cuelen. "Es curioso que vienen a tocar los ladrillos o el mármol, se piensan que pueden entrar y los tienes que echar", explica Marisa.

Michael, conserje en una finca de la calle Jorge Juan de València.

Michael, conserje en una finca de la calle Jorge Juan de València. / Gonzalo Sánchez

Relación de confianza

"Yo estoy conociendo ya a todo el mundo, además de a los vecinos a las chicas internas, alguna fisio que tiene una vecina... Pero otro trabajo es el control de acceso", dice José. La confianza es la clave para este trabajo, de hecho, es la única forma de entrar.

"Suele ir el boca a boca, sí, que te llame algún vecino que te conoce o el propio administrador. Es lo más normal porque al final somos los que cuidamos del edificio", cuenta el joven de 31 años. Porque el conserje da "un servicio a la finca". "Estamos para lo que haga falta, acompañar a un fontanero o electricista si vienen a un piso, recoger los recados y paquetes... como si una señora se cae y tenemos que subir para ayudarse a levantarla", cuenta Marisa.

En la práctica Luis se pasa todo el día en su garita de conserje. "A las 07:30 ya estoy por aquí para empezar a barrer y limpiar un poco a las 8. Tengo un descanso largo para comer y llego a casa después de las 20 horas", cuenta. Sin embargo, para Luis el suyo es un oficio que no debería de acabar de perderse: "Es muy bonito tener la puerta siempre abierta".