El valencianista Sergi Canós: una historia de fidelidad
En la Masia o en Anfield, el jugador de Nules siempre supo que sus coordenadas emocionales residían en Mestalla, el puerto final de destino
En la espera de Sergi Canós por el Valencia hay una historia pura de devoción incondicional por el Valencia de la que sólo se puede aprender, de la que sólo nos queda aplaudir. Un aviso muy oportuno de que, cuanto más grande es la supuesta amenaza de la rendición, el arraigo y el compromiso aumentan. Y se preserva la imagen feliz de la primera foto con la camiseta del subcampeonato del 96, como una estampita en la cartera para recordar, por muy lejos que estés, donde residen tus coordenadas emocionales, el puerto final de destino. Mestalla. Nada supera ese anhelo, por más que hayas sido una de las promesas de la Masia, por más que haya asistido a ese momentazo de debutar en Anfield. Las últimas indicaciones de Jurgen Klopp, la megafonía presentando al dorsal 64 con una fonética mejorable, la ráfaga de aplausos en el templo red. Nada comparable a poder pisar por fin Mestalla y servir al Valencia. Si ha esperado dos décadas, podría soportar un verano, una prórroga humillante, podría incluso pagar de su bolsillo la rescisión negada por ese magnate singapurés con plaza en la lista Forbes.
En las horas finales para que se concrete o no su fichaje, la historia de lealtad queda marcada. El valencianismo de Canós tiene la impronta de la militancia de comarcas, en las que Mestalla no está a la vuelta de la esquina y siempre adquiere la forma de un sueño. El valencianismo de Roberto Gil, Puchades, Albelda, Jaume o Gayà. El paso por Barcelona, Liverpool, Norwich, Brentford, Atenas, más que atenuar ese sentimiento, lo acentúa, se idealiza, como sucede con los peñistas de Londres, Ginebra o Ciudad de México, con las matinales de mi amigo Octavio Milego Jr viendo por televisión al club fundado por su padre.
La espera de Canós es la de Toni Lato, que apuró hasta el máximo los plazos esperando señales del club de su vida. Es la de Hugo Guillamón, que con un apreciable cartel, llegó a quedarse durante días libre de contrato y aún así esperó la llamada del Valencia. Es la de Fran Pérez, que en pleno desplome del equipo no aceptó una fácil salida con un préstamo a un Segunda, y prefirió enfrentar, cara a cara, el incendio colosal y sin una garantía de minutos. En el valencianismo de Canós se reconoce también la labor de Baraja, que esculpe sin medios un equipo orgulloso con unos niveles de representatividad dignos del fútbol de antes. O la respuesta de los casi 40.000 abonados que seguirán llenando el estadio, alentando a un equipo desprotegido y reclamando la salida del déspota. En tiempos tan exhaustos, Canós nos ha recordado este verano que, ante todo y bajo cualquier circunstancia, con una pelota, con una pizarra táctica, con una bufanda o una pancarta, la primera obligación será la de servir al Valencia Club de Fútbol.
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