«La gente te marca unos parámetros para ser un hombre 10»

Carmelo Gómez representa a Pacífico Pérez en "Las guerras de nuestros antepasados", que se podrá ver en el teatro Olympia hasta el 30 de abril

«La gente te marca unos parámetros para ser un hombre 10»

«La gente te marca unos parámetros para ser un hombre 10» / POR SARAY FAJARDO

Saray Fajardo

Saray Fajardo

El teléfono suena al menos en cinco ocasiones, pero el actor Carmelo Gómez no responde. La tensión se apodera del ambiente porque, tal vez, se ha olvidado de la llamada o, tal vez, la entrevista no estaba programada para ese día. Tras diez minutos de espera, se oye: «Perdón me he quedado dormido con el café en la mano. Sonaba el teléfono, pero me preguntaba, entre sueños, quién podía estar llamando a estas horas. Quiero descansar mucho la voz para esta función». Carmelo Gómez interpreta el papel de Pacífico Pérez en la obra «Las guerras de nuestros antepasados», de Miguel Delibes, que se interpreta en el teatro Olympia hasta el 30 de abril.

Parece que esta obra es importante para usted.

Sí, como todas. Quiero tener la voz en buenas condiciones para poder jugar con ella, ya que es la zona más expuesta. Hago los mismos gestos que los cantantes de ópera, que se cuidan durante todo el día para tener la voz bien durante la función. Estoy en un momento muy importante de mi vida. Parece que la función me ha elegido a mí, en vez de yo escoger la función.

Ya le habían propuesto este papel, pero lo rechazó.

En aquel momento no tenía capacidad para abordar un trabajo así en el escenario. Debía pasar un tiempo y aumentar mi capacidad técnica. Es un papel muy exigente y un texto con muchos registros. Pasa por lugares que yo entonces no habría entendido porque me evoca hacia lugares muy especiales que tienen que ver con mi vida y cómo soy ahora.

¿Se ve reflejado en el personaje de Pacífico?

Me veo reflejado desde el minuto 0. Mis padres, mis abuelos o mis tatarabuelos no hablaban de las guerras, pero sí que hablaban de sus obsesiones. En una zona rural como la que yo vivía, si eres el primogénito, tienes que ser el que se queda en el campo, el que tira de las tierras y el ganado. Yo tenía otro talento y lo descubrí mucho después. Hasta que rompes con eso, cuesta. Tuve la suerte, que no tuvo mi personaje, de poder marcharme. Pasaron muchas cosas como el hecho de encontrar el teatro. Pero Pacífico no tenía el teatro. Él se quedó en el pueblo y allí el mandato es más fuerte y permanente. Los pueblos ejercen una ley porque cada personaje te vigila desde sus ventanas. Es la policía del pensamiento y te sientes observado.

En la obra se habla de las herencias, ¿qué cree que ha heredado?

Te van diciendo qué cosas tienes que hacer o cómo ser mejor. La gente te marca unos parámetros para ser de una manera determinada, para ser un hombre 10. Son herencias que vas recibiendo, pero también otras que tienen que ver con el grupo social, con ser el líder, el macho alfa, el hombre fuerte. Delibes nos pone frente a todos esos mandatos para enseñarnos que cumplir con ellos es ser un hombre infeliz e imperfecto. Es lo que más me gusta de la función.

Sin embargo, Pacífico muestra una sensibilidad extrema que, en ocasiones, los hombres esconden. ¿Va cambiando esta situación?

Esto ha cambiado muchísimo y en muy poco tiempo. Ha dado un vuelco extraordinario. Ahora mismo hay más sensibilidad hacia lo individual, hacia la persona. Es un momento muy distinto al de ese tiempo. En la obra, es una chica la que escoge a Pacífico y eso es bastante grave para un hombre.

¿Cómo se muestra a la mujer en la obra?

El papel de la mujer está muy bien reflejado por Delibes y nos da una idea de donde venimos. Ella escoge a Pacífico en secreto porque el resto del pueblo no acepta que la muchacha se vaya con él, que está considerado como el tonto del pueblo por ser un hombre sensible, apartado, con el que no se cuenta para nada, no tiene pandilla… Pero ella es muy moderna y habla de sexo libre, lo que, en aquella época, es ser una mujer marrana. La gran obsesión de Pacífico es no ser un cuernudo. Es uno de los momentos más emocionantes. El público se ríe, aunque, por el momento, en València no se han reído tanto. Nos reímos porque eso ya no existe, pero venimos de eso.

Comenta que la reacción de la gente es distinta en las ciudades. A la hora de interpretar, ¿puede hacerse una idea de la idiosincrasia del lugar?

Sé lo que va a pasar en las próximas elecciones en cuanto estreno en tres o cuatro teatros de una comunidad. El teatro es un lugar de comunicación tan salvaje, que es alucinante. Ves que hay públicos ruidosos, que están atentos, que se ríen de algunas cosas, que no respetan la parte poética… Te das cuenta de lo que está pasando. En el caso de la Comunitat Valenciana, hay un acercamiento a la poesía porque tienen instrumentos y tocan en bandas. El teatro es un termómetro extraordinario.

¿Es uno de los aspectos que diferencia el teatro del cine?

El teatro es un lugar del poesía y el cine es un lugar de realismo. En el cine no existe nada que sea puramente y estrictamente real. En la poesía es donde está la fuerza. Sin embargo, el cine es más trama. Puedes dejar de verla, vuelves y te reenganchas. Con el teatro, lo tienes que ver del tirón porque si no te lo has perdido todo.

Ha asesorado a Eduardo Galán en la realización de la obra, ¿cuál ha sido su aportación?

Soy un hombre de un entorno rural, que tiene historias y anécdotas parecidas a las de Pacífico. Por ejemplo, en mi zona quedaban los chavales para apedrearse con los de otra zona. Había accidentes graves. Eso lo he vivido yo en mi pueblo y en los pueblos de alrededor.

Esa rivalidad aún sigue vigente en muchos pueblos.

La rivalidad es inherente al ser humano como lo son la competitividad y la violencia. Estamos dando pasos hacia otros caminos, pero me encantaría escuchar a gente que me cuente que esto todavía está presente. Me gustaría ver hasta qué punto ese relato de Delibes ha cambiado y en qué sentido.

Le gustaría conocer el relato de gente más joven, ¿cómo le animaría a ver la obra?

No quiero hacer pedagogía ni convencer a nadie de nada porque eso sirve para generar lo contrario. Si creemos que no necesitamos el teatro, deberíamos hacerlo mirar porque tarde o temprano tendremos un problema. El teatro es una necesidad como lo es comer, tener relaciones o amar.

Volviendo a la obra, en una de las primeras intervenciones se dice que todos tenemos una guerra. ¿Cuál es la suya?

Mi personaje está en contra de las guerras, es pacifista. Es curioso porque termina en un lío que tiene que ver con actitudes y situaciones que vivieron sus abuelos o tatarabuelos en las guerras. Hoy tenemos una guerra con la indiferencia, el principal enemigo del ser humano en los países desarrollados. Nos miramos todos con desprecio. Eso no nos hace bien. El mundo digital nos ha convertido en seres individuales, individualistas y competitivos. Somos una sociedad con un ego completamente expandido que revienta contra las paredes.

Tras la obra, ¿cuáles son los proyectos que tiene en mente?

Quiero seguir con el teatro, pero quiero empezar a crear yo. Me gustaría saber qué pasa con los chavales. Si encontrara un texto de alguien de 25 años que expresa con pasión y sinceridad un sentimiento contemporáneo, me encantaría llevarlo a los teatros.

¿Piensa en su retirada?

Al estrenar esta historia estaba agotado. Pensé que era el momento de empezar a dejarlo, pero me siento muy cómodo en el escenario. El público tiene muchas ganas de ver qué pasa. Siento que por fin he encontrado la auténtica y sincera razón de por qué me dedico a esto. Siempre había tenido esa duda.