València y su historia a través de los nichos

Cientos de notables que escribieron la historia de la ciudad permanecen semiolvidados, sin reconocimiento, en un Cementerio General cuyos nichos cuentan o rememoran el recuerdo de los protagonistas de las últimas ocho generaciones

Moisés Domínguez

Moisés Domínguez

¿Es un Cementerio General de València algo más que un almacén de restos humanos? Sin duda. Es València en sí misma. Su historia condensada en sus protagonistas. Es el día a día que ha ido construyendo el presente a lo largo más de dos siglos. Porque quienes la protagonizaron están allí. El Cementerio General es un puzzle incompleto, pero con muchas piezas cuya reconstrucción sería la particular Jauja de cualquier historiador. Que, de hecho, los hay que se acercan y contemplan. Un Museo del Silencio multiplicado por mil.

Los constructores de la ciudad yacen en el Cementerio General. No están todos, porque hay muchos más repartidos por otros lugares y, en no pocos casos, perdidos para siempre. Los hay en el resto de cementerios de la ciudad. Otros reposan en camposantos de otras ciudades y pueblos. Y muchos, miles y miles, se han volatilizado. Acabaron en osarios y escombreras cuando desaparecieron, por cuestión de higiene, los cementerios parroquiales o, directamente, pueden yacer con dos metros bajo tierra en una trocha de Cuba o en un terreno perdido del norte de África.

El tiempo y la polución borran las huellas

Pero los hay. Y en no pocos casos, habría que darse prisa porque el recuerdo se borra y aún se borrará más. La polución, el cambio climático y el propio paso del tiempo está acabando con una de las fuentes más interesantes de lo que hemos sido: las lápidas. Los muertos no hablan, pero cuentan.

En las zonas más antiguas del cementerio no se enterraba a cualquiera. Gran parte de los que allí reposan son personas con nivel adquisitivo. Con relevancia. Y todo lo que significa decimonónico -y España lo fue hasta bien entrado el Siglo XX- supone un lenguaje diferente. Por eso, las lápidas se convierten en pequeños resúmenes de vidas y obras.

Los nombres de los allí enterrados, y el cruce con las más modernas técnicas de almacenamiento de datos desentierran memorias. De grandes y pequeños acontecimientos, que ponen en valor a las personas. Desde el gran acontecimiento a la anécdota. Desde el hecho puntual a la gran historia. Una enciclopedia del silencio.

Rodríguez de Cepeda, en mal estado

La muerte iguala a los seres humanos. Y prueba de ello es que algunos de estas personalidades yacen ahora en tumbas extraordinariamente descuidadas. Tomadas por el polvo, con portezuelas desvencijadas o con lápidas que se deterioran a pasos agigantados. Es el caso de Rafael Rodríguez de Cepeda, cuyo desvencijado nicho desmerece a su condición de «Excelentísimo Señor» filósofo, senador, decano de la Facultad de Derecho y prolijo escritor. Cien años después de su muerte yace en el olvido.

El fabricante de guitarras que tiene calle en Algirós

No siempre ocurren así las cosas. Por ejemplo, el nicho de Salvador Pau se presenta coqueto 143 años después de su muerte, con el cristal limpio y un par de angelitos en su interior. Aquel que viva cerca del Mercat d’Algirós le suena la calle. En su tiempo fue un reconocido fabricante de guitarras, cuyos originales se conservan ya como piezas cotizadas.

Lo mismo que Cristóbal Sorní, que es bastante más que una calle distinguida de la ciudad. Abogado y ministro en la I República, impulsor de Lo Rat Penat, aclamado como liberador de esclavos en Ultramar y uno de los valencianos más ilustres de mediados del Siglo XIX. Fallecido en 1888, sus restos fueron trasladados a casa en 1935 y enterrado con su padre, Francisco de Sena Sorní. Su lápida armoniza bastante bien con las de la zona. Cuestión de gusto.

El primer Peset

Conocemos bien la historia de Juan Peset Aleixandre, el medico traicionado por Marco Merenciano y fusilado tras la Guerra Civil. Su padre, Vicente Peset Cervera, ya anciano, tuvo que vivir ese oprobio. Ambos tienen calle en València. No así el patriarca, el abuelo y padre de ambos: Juan Peset Vidal. La Real Academia de la Historia le recuerda como especialista en medicina interna y, sobre todo, por su «conversión» a la hora de aceptar las tesis microbianas como causantes de las grandes epidemias. Tras reconocerlo en un discurso, se sintió indispuesto, cayendo víctima de la terrible epidemia de cólera de 1885. Yace con su esposa y un sobrino de corta edad.

Un nicho de 1864 que se deteriora a la carrera llena de honores a Pascual Pérez Gascón, organista de la catedral, ilustre pedagogo de música decimonónica y mucho más: «Músico profundísimo. Estudioso, incansable, amante de su arte, modesto como sabio, dejó poco escrito pero en ello el sello del genio: literato no vulgar. Escelente (sic) esposo y padre, aborrecido de nadie, envidiado de muchos, amado y llorado de todos». Romanticismo en estado puro. Pero también es el protagonista, a día de hoy, de un hecho histórico: la Universidad de Navarra le señala como el protagonista de la primera fotografía impresa en papel realizada a partir de un calotipo, el antecesor del negativo fotográfico.

Como una foto bastante deteriorada consta en los archivos de la Universitat de València para reconocer a uno de sus más ilustres rectores y catedráticos, Nicolás Ferrer Julve. En el Pórtico ocupa un nicho que comparte con su suegro, también catedrático de medicina en la misma universidad, Agustín Morte.

Numerosos militares

Son innumerables los militares que yacen en los nichos del Cementerio General. El estamento militar, especialmente entre los oficiales, tenía más que sobrado poder adquisitivo. Y aunque son numerosos los ancianos y retirados, también los hay, y no pocos, muertos en acto de servicio. Buceando en gacetas militares se pueden encontrar informaciones sobre ascensos y gratificaciones al capitán Casimiro Rojo Matamoros. Sin embargo no fue la guerra de África la que acabó con su vida, sino un accidente al explotar una ametralladora en el campamento de Paterna. La guarnición le dedica la lápida que sella su descanso eterno.

Sin pena ni gloria yacen numerosos militares de muy alta graduación. Un buen arreglo merecería el nicho del general Luis Moncada, general jefe de Estado Mayor en la isla de Cuba en los estertores de la dominación española de la gran Antilla, fallecido pocos años después, cuando era gobernador militar de la plaza fuerte de Cartagena.

O Ceferino Gutiérrez, que aparece en viejas referencias como magistrado de intensa carrera. Ahora languidece como «muy ilustre» en un abandonado nicho que nadie visita.

Azarosa la vida, exilio incluido por sus pensamientos liberales, los de Antonio Caruana, quien acabaría todavía siendo diputado y Gobernador Militar de Castellón. Desde hace más de 150 años, sus restos recogen sus condecoraciones, incluyendo la Cruz del Mérito Militar o su condición de diputado.

Tuvo relevancia y reconocimiento la labor, en el periodo de cambio de siglo XIX al XX, del teniente coronel Luis Estada. Tanto, como que la reina regente María Cristina le concedió la Cruz de Segunda Clase y una pensión económica tras el estudio que realizó para reformar la Academia de Caballería. Falleció hace justo ahora 110 años. Como curiosidad, sobre su negra lápida -que precisa una limpieza- hay una pegatina con un corazón.

Pintor Benedito, Pintor Salvador Abril...

Una trilogía de pintores. Llama la atención por original la lápida del retratista Daniel Cortés, uno de los que tiene una mayor colección de estereotipos valencianos. Fallecido prematuramente, su lápida, dedicada por su madre incluye un retrato de perfil que parece un añadido posterior que aparece como roto premeditadamente. A pesar de su abundante producción, que se sigue subastando, no gozó del honor de una plaza, que sí que tienen otros dos artistas: Salvador Abril y Manuel Benedito, el especialista en pinturas navales y el alumno aventajado de Sorolla. Ambos están en el Sector 3 protegidos por portezuelas de cristal.

El "cura arqueólogo"

A José Biosca le conoce en Almansa como «el cura arqueólogo» y «de familia acomodada». A él se le reconoce la puesta en valor y difusión, con dibujos a mano incluidos, de la Dama Oferente, una de las joyas de arte ibero, hallado en el cercano Cerro de los Santos de Montealegre del Castillo. Cuando llegó a València aparece como socio fundador, y posteriormente director, del Colegio Valentino, ocupando cargos en la Sociedad Arqueológica Valenciana. El marmolista Julià hizo un trabajo estupendo para que su recuerdo se manifieste potente 131 años después de su muerte.

Notables de la ciudad que permanecen en el olvido de su última morada y que tan sólo son una pequeña parte de la historia. Como ellos hay cientos.