Talavante luce, al fin, su izquierda

El torero extremeño pasea la única oreja de la tarde de «Filigrana», un buen toro de Matilla en medio de una corrida que no levantó el vuelo 

Alejandro Talavante saludó por faroles al cuarto de la tarde

Alejandro Talavante saludó por faroles al cuarto de la tarde / EFE/Biel Aliño

Jaime Roch

Jaime Roch

La tarde no fue la esperada en la Feria de Julio. Ni mucho menos. Porque, a veces, las cosas no suceden. O simplemente no ruedan. Y eso forma parte de este maravilloso mundo que supone el toreo. Porque falta algo. Y lo que faltó fue el toro, la base del espectáculo. La materia prima con la que crean los toreros. Y la corrida de Hermanos García Jiménez, propiedad de los Matilla, fue malísima tanto en la presentación como en el juego de su conjunto.  

De entrada, cabría decir que Alejandro Talavante no llega a ser aquel torero de antes, ese deslumbrante y diferente que cautivaba en sus últimos años. Sobre todo, porque tuvo un primer toro de la tarde que fue el mejor del vacío encierro de Matilla. «Filigrana» se llamó el animal y el torero extremeño cortó una oreja. Pero fue un toro para más. 

De hechura tenía poca cara y era demasiado alto, pero se desplazó con buena profundidad en la lidia de Jesús Díaz, Fini, a pesar de no cumplir en el caballo. El subalterno Miguel Murillo se desmonteró tras parear con eficacia a un animal que, en la muleta de Talavante, desarrolló una gran condición: colocó muy bien la cara con esa flexibilidad que aportaba su largo cuello y se iba detrás de la pañosa con codicia, recorrido y humillación, además de ofrecer gran prontitud en los cites.

Una tanda reunida por el pitón derecho hizo sonar la música y otra tanda hondísima al natural crujió las gargantas de los aficionados. Nos quedamos con la miel en los labios en medio de la intermitencia de la faena y, cuando cuadró al toro, daba la sensación de que el ejemplar tenía mucho más dentro. Un espadazo trasero y desprendido puso la oreja en su mano.

Roca Rey en un momento de su faena al sexto

Roca Rey en un momento de su faena al sexto / EFE/Biel Aliño

En el cuarto perdió la puerta grande tras una mala estoca (hizo guardia) y un golpe de descabello. Y dio una vuelta al ruedo por su cuenta tras una fuerte petición de oreja que el presidente desatendió correctamente. En esa labor, hubo más toreo al natural de buenos quilates. Esta vez sí. Toreo en estado puro, palpitante, caliente, capaz de escribir una página de esta tibia Feria de Julio. Sobre todo, por su bella factura en su expresión y en su trazo. Y le había brindado el toro a Roca Rey.

Precisamente, el torero peruano pudo pasear una oreja del sexto tras dejar dos grandes series: una por el pitón derecho y otra por el izquierdo. No descomponía el cuerpo para soportar aquel peso de la embestida por floja y vacía de casta, hundidos los talones en la tierra del ruedo de la calle Xàtiva. Un final de cercanías puso al público en pie y, tras un buen espadazo, el presidente desatendió incomprensiblemente la petición mayoritaria. En su primero no tuvo opción. Cayetano estuvo discreto en su primero y en el quinto, que se encontró con un antitoro por manso de libro, dejó un gran saludo capotero. 

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