En la zona cero de València: "Para vivir en Orriols hay que ser muy valiente"

Los vecinos están hartos de tanta violencia pero resisten en el barrio porque aún confían en su regeneración

La cafetería El Caballito tuvo que cerrar hace diez años por la concentración de problemas en la esquina más degradada de Orriols

La cafetería El Caballito tuvo que cerrar hace diez años por la concentración de problemas en la esquina más degradada de Orriols / JM López

El barrio de Orriols ha acaparado titulares de prensa en los últimos meses muy a su pesar. La violencia en sus calles ha trastocado el día a día de sus vecinos, obligados a autoimponerse un toque de queda por seguridad. "Hay miedo, cuando cae la noche las calles se quedan vacías, los vecinos no salen de casa", declaraba un residente de la zona a Levante-EMV. No es para menos: en apenas un mes se han producido tres ataques con arma blanca, en uno de ellos, un joven de 20 años moría tras recibir una puñalada en el cuello.

Por ello, los vecinos de Orriols lanzan un grito de auxilio ante una situación que llevan soportando desde hace al menos 12 años pero que se ha recrudecido en los últimos tiempos. Para conocer de primera mano cómo se vive en uno de los barrios más castigados de València, dos redactores y un fotógrafo recorren durante una noche el perímetro que enmarcan las calles Duque de Mandas, Padre Viñas, San Juan de la Peña y Daroca, conocido por sus moradores como ‘zona cero’.

46019, València

Lo único que comparten los complejos residenciales de piscina privada de Alfahuir y Padre Viñas es el código postal. Nada fluye entre estas calles apenas separadas por 500 metros. Tal vez solo un Tesla que cruza las vías del tranvía que discurren por la calle San Vicente de Paul, probablemente para recoger a sus hijos del colegio. "Es como una frontera", explican vecinas de la asociación Orriols en Lucha que trabajan por la dignificación del barrio. "Antes los padres se quedaban un ratito después del cole, ahora los suben al coche y salen pitando".

La Policía Nacional toma el barrio de Orriols tras los últimos apuñalamientos.

La Policía Nacional toma el barrio de Orriols tras los últimos apuñalamientos. / Francisco Calabuig

La desazón es el sentimiento que impera entre los vecinos crecidos en un barrio del que no se mueven por orgullo, más bien al contrario, tratan de revolverse contra la situación actual incluso cuando ven cómo las nuevas generaciones emigran para dejar atrás un vecindario cada vez más envejecido. 

Pero también hay chavales que permanecen en el nido y en esos casos se impone la sobreprotección de sus padres por el pánico de que estos jóvenes entren en las "mafias" de la droga instaladas en el barrio -los vecinos hablan de tres grupos de traficantes- o que simplemente se crucen con una de las habituales trifulcas a machetazo vivo. "Cuando sé que está volviendo del trabajo aviso a mi hijo de si hay follón o no. El chico tiene 34 años", comenta un vecino de la zona más conflictiva.

Finca sin puerta en el 72 de la calle Padre Viñas

Finca sin puerta en el 72 de la calle Padre Viñas / JM López

De ese modo, para evitar males mayores los residentes han interiorizado algunas estrategias de seguridad, como elegir rutas largas pero mejor iluminadas cuando vuelven a casa de noche o caminar por el centro de la calzada para evitar las aceras.

Droga, okupación y machetes

Residir en la ‘zona cero’ implica convivir con una violencia que a veces se muestra en plena calle y otras se esconde en las fincas-colmena de Barona. Lo evidencia una mujer de la zona, que guarda un vídeo donde se ve su escalera plagada de las papelinas y jeringuillas dejadas por los drogodependientes tras "pillar" en narcopisos de bancos y fondos de inversión. La imagen resulta escandalosa pero el barrio parece haber asumido su abandono. El año pasado el Ayuntamiento retiró seis toneladas de los patios interiores. Hoy, váteres abandonados y puertas arrancadas de sus goznes son las condiciones a las que tienen que enfrentarse todos los días quienes viven en él. 

Los vecinos insisten en que es una cuestión de educación y rechazan cualquier discurso de corte racista, porque "este es un barrio con 35% de población migrante y nunca habían existido problemas de convivencia", recalcan. Ahora sí existen, y los ejemplos son diversos: una mujer paseaba por una calle aledaña a la ‘zona cero’ cuando vio caer a plomo un frigorífico de una cuarta planta. Otra vecina vio el miércoles a un viejo conocido de la policía esgrimir un cuchillo y amenazar a todo el que se cruzaba con él. Una tercera vecina cuenta que su marido se encontró a un tipo en el pasillo de su casa mientras estaba tranquilamente en el comedor. «Aquel hombre iba con las zapatillas en la mano, al parecer se nos había colado por la terraza». 

Las cuatro esquinas

Orriols es un barrio obrero. De vecinos que se ganan la vida honrádamente, al margen del estigma. Pero la inercia es terca y cuando el sol se esconde salen los fantasmas. Lo hacen de fincas precarias para concentrarse en las aceras de un punto muy concreto de la zona. La confluencia de Padre Viñas con San Juan de la Peña es territorio comanche. En esa intersección, sobre las ocho de la tarde, se arremolinan algunos de los protagonistas de las reyertas de los últimos días, pero también observadores que se llevan la silla o incluso el sofá de casa para improvisar tablaos utilizando las papeleras de la calle a modo de cajones flamencos.

De la heroína a los machetazos. Orriols tiene una población de 18.700 personas y una biografía compleja. La construcción de vivienda barata hizo que en los setenta se convirtiera en un barrio de acogida de inmigración interior y más tarde de migración extranjera, fundamentalmente de clase obrera. Parte de esta población regresó a sus lugares de origen y dejó sus pisos vacíos, dando paso a una okupación que no siempre se adaptó. Además, en los ochenta Orriols fue duramente golpeado por la heroína, con lo que su historia está llena de cicatrices que no se terminan de cerrar  

Entre la ‘ambientación musical’ y los alaridos que se lanzan entre ellos para llamarse la atención -muchos telefonillos no funcionan o no existen-, el descanso del vecindario se vuelve pura ficción, y en su lugar aparece la hipervigilancia en balcones ante cualquier mínimo estímulo que suene a peligro. "Cuando alguien pega una voz nos giramos todos para ver si se están matando. Tenemos todas las alertas activas», señala una vecina asegurando que "no todas las agresiones salen en los medios".

Réquiem por el comercio de barrio

La historia de Orriols también la cuentan sus comercios. El paisaje de persianas metálicas condenadas al cerrojazo. El barrio llegó a tener seis pescaderías; hoy solo queda una. La desaparición de la citada cafetería El Caballito fue el primer síntoma de una afección que se va contagiando entre los negocios cercanos a la zona cero, algunos convertidos en viviendas ilegales. Casi nadie quiere ganarse la vida en un sitio zarandeado por la droga. Y quienes resisten lo hacen en condiciones indecentes, como el estanco de Padre Viñas, obligado a reforzar una de sus paredes tras sufrir un butrón. 

Negocio en venta en el barrio de Orriols

Negocio en venta en el barrio de Orriols / JM López

Por eso en Orriols hay quien llama valientes a los comerciantes que integran el maltrecho tejido comercial en una apuesta casi romántica. Rosa tiene un colmado en la calle Arquitecto Tolsà y aguanta a las puertas de su jubilación entre frecuentes cortes de luz y el miedo de su clientela. "Las personas mayores vienen con el monedero bien agarrado o si es de noche directamente ni vienen, y quienes llegan nuevos enseguida huyen. Si tuviera que montar un negocio ahora, no lo haría", dice la hija de un conocido vendedor de cucuruchos de helado en la zona. 

Carlos posa frente a su tienda de electrodomésticos

Carlos posa frente a su tienda de electrodomésticos / JM López

No es la única comerciante tenaz. Otro vendedor de segunda generación atiende a los periodistas en su tienda de electrodomésticos de San Juan de la Peña, centro neurálgico del barrio. Se llama Carlos, nació en una vivienda adosada a la verdulería que regentaban sus padres, y de alguna manera le ha perdido el pulso a Orriols. "Mi época más combativa ha pasado, ahora estoy en una especie de hastío", resume sobre una realidad a la que se aproxima con pies de plomo: "Yo no culparía a personas concretas. Aquí nos conocemos todos, desde Emilio que canta cada día hasta el argelino que está más dentro que fuera y todas las mañana saluda con un ‘bon dia’. Hay un respeto, el problema es que la Administración no hace nada y la policía carece de autoridad", cierra Carlos con la desazón de un barrio que, pese a todo, sigue tirando de valentía y dignidad. No es mala receta para revertir su situación. 

La Policía toma el barrio y los comerciantes intentan embellecerlo

En la tarde del jueves, la Policía Nacional desplegó en Orriols un gran operativo formado por alrededor de 150 efectivos, entre ellos agentes antidisturbios de la UIP, la unidad de control del orden público (UPR y GRIC), guías caninos, agentes de la Brigada de Extranjería y uniformados de la Comisaría de Exposición.

Como consecuencia de este operativo se realizaron 238 identificaciones, se levantaron 10 actas por droga y una por tenencia de armas; se controlaron 11 vehículos y se produjeron 7 detenciones por reclamaciones judiciales, quebrantamientos de orden de alejamiento, violencia de género o infracción a la Ley de Extranjería. 

Horas antes del operativo, la delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Pilar Bernabé, ya anticipó un incremento de la presencia policial con intenciones disuasorias y la voluntad de aumentar la seguridad de unos vecinos amedrentados por la deriva del vecindario.

Sin embargo, en el tejido asociativo de Orriols consideran que el mero hecho de aumentar la dotación de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad no soluciona los problemas del barrio —pese a reconocer su incidencia—, y celebran que el Ayuntamiento haya convocado una mesa interconcejalías para el próximo jueves con un enfoque integral que contemple intervenciones en Urbanismo, Educación y Servicios Sociales.

"El problema es que nos han dejado tirados durante muchos años. Es cierto que el gobierno anterior municipal creó la mesa interconcejalías cuando empezamos a tener incidentes graves de machetes y navajazos. A partir de ahí pudimos actuar de manera transversal y conseguimos algunos avancen", comentan desde Orriols en Lucha. 

No obstante, más allá de la coordinación institucional y la presión policial, los vecinos y comerciantes ya han comenzado a trabajar para cambiarle la cara al barrio. La primera —y colorida— iniciativa ha consistido en contratar al artista urbano David Limón para que pinte sus populares ninjas en las puertas metálicas de muchos negocios del barrio. "Se trata de darle otra vida a nuestras calles, por eso seguimos esperando con ganas que planten los árboles previstos en Padre Viñas o San Juan de la Peña", dicen las vecinas.