Orriols abre a coches y vecinos el mítico "agujero de la vergüenza"

El barrio queda conectado con la avenida de la Constitución

Cosas hechas y por hacer en el nuevo paisaje: un solar que se utiliza como aparcamiento y el nuevo parque. | M.D.

Cosas hechas y por hacer en el nuevo paisaje: un solar que se utiliza como aparcamiento y el nuevo parque. | M.D. / MOISÉS DOMÍNGUEZ. VALÈNCIA

Moisés Domínguez

Moisés Domínguez

Sin previo aviso y sin ceremonia. Prácticamente en la clandestinidad. Décadas de espera se han saldado con una apertura consistente en retirar las vallas por parte de los trabajadores en algún momento del día. Y, desde ese momento, Orriols ya tiene una salida, si no al mar, sí a la avenida. A la «Carretera de Barcelona». Un punto de conexión con servicios básicos, como el Centro de Salud y, por encima de todo, una reparación moral de años y años de espera.

Antes y después. La calle Agustín Lara estaba taponada por un muro en el que los vecinos acabaron por hacer un agujero para poder transitar. Ahora ya es una calle abierta por la que se desciende suavemente, a pie o en coche, hacia la Avenida de la Constitución.  | LEVANTE-EMV

Antes y después. La calle Agustín Lara estaba taponada por un muro en el que los vecinos acabaron por hacer un agujero para poder transitar. Ahora ya es una calle abierta por la que se desciende suavemente, a pie o en coche, hacia la Avenida de la Constitución. | LEVANTE-EMV / MOISÉS DOMÍNGUEZ. VALÈNCIA

Hace apenas un par de semanas se cumplió un año del derribo del «Agujero de la Vergüenza» y, ahora sí, la calle Agustín Lara, interrumpida en su acceso desde que fue trazada, fluye ya sin problemas hacia la avenida de la Constitución.

El Agujero fue una anomalía urbanística desde que el barrio se urbanizó. Uno de los grandes iconos de la lucha vecinal. No llegaron a encontrarse dos calles, la mencionada Agustín Lara y Baeza, porque chocaban con viejos inmuebles, generándose dos callejones sin salida y cegándose la salida natural del barrio.

A lo largo de las décadas, esas casonas fueron degradándose y una mezcla entre falta de entendimiento y apatía para adquirirlos provocaron que generaciones enteras del barrio tuvieran que convivir con este tapón, para el que se tomó una decisión de urbanismo popular: abrir un orificio por el que pasaba, en el mejor de los casos, una persona con carrito de la compra.

En un barrio en el que la inseguridad, la falta de limpieza, la ocupación y los desalojos y los nuevos debates urbanísticos, como el de la supermanzana de la prolongación de esa calle, tienen al barrio como un epicentro de información, no siempre para bien, un hecho tan histórico como empezar a transitar cuesta abajo (Orriols se alza sobre un pequeño cerro) pasó sin pena ni gloria. El actual equipo de gobierno no tenía mucho que celebrar porque fueron sus antecesores del mismo partido los que ralentizaron el tema hasta la exasperación. Y al anterior no le ha dado tiempo de presumir de iniciativa.

Queda mucho por hacer, aunque, tal como asegura un vecino, «los hay que les ha tocado la lotería: hay casas que no valían nada y que ahora están en un sitio inmejorable». La promoción Nova Urbe tiene que rellenar uno de los solares con inmuebles que valdrán de 230.000 o 160.000 euros en adelante (Nova Urbe y Nova Urbe II). Es uno de los espacios baldíos que hay a la vista. El otro es la explanada en la que se encontraba la antigua casa Balaguer, convertida de momento en un aparcamiento espontáneo. En medio, el parque ajardinado, aunque sin los olivos centenarios que aparecieron cuando se derribaron los inmuebles.

¿Y del agujero queda algo? Cuanto apenas: aparte de algunos grafitis -el de Bart Simpson cayó con la piqueta- sí que queda una pequeña mordida en la esquina de las dos calles que recuerda los golpes de martillo que se dieron para abrir hueco. Están redondeados y suavizados por el uso. No parece que afecte a la estructura del edificio. Una nimiedad en el paisaje urbano que significa todo en una reivindicación ciudadana para la historia.